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Puerta Castillo y Santo Martino

18/01/2019
 Actualizado a 12/09/2019
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Está en nuestra forma de vida, y más en estos tiempos ajetreados, andar por allí donde residimos mirando sin ver, muy al contrario de lo que sucede cuando lo haces fuera de tu residencia habitual.

Te acuerdas de la tienda o el pintoresco rincón de la ciudad más recóndita, pero no tienes ni idea de lo que está a dos pasos de tu casa, que muchas veces es incluso mejor y más pintoresco .

Mea culpa, mea culpa. A mí me pasa también.

Cuando hace quince días escribía sobre si teníamos casco viejo, antiguo o histórico, y por aquello de escribir sobre la realidad de lo que comentas, me di un paseo no muy grande, pero sí suficiente extenso, por el hoy definitivamente, según mi leal saber y entender que se decía antes en los informes judiciales, casco antiguo.

Y redescubrí todo lo que es el conjunto que se forma tras la plaza de San Isidoro, poco valorado, precisamente por lo que San Isidoro representa. De hecho, una gran parte de los múltiples visitantes de esa joya románica, no pasan de allí: la visitan, la recorren, salen… y se dan la vuelta para tomar una tapitas en la calle del Cid y aledaños.

Y se pierden un espacio limpio y ordenado que, por desgracia, lleno de coches aparcados de cualquier manera, no se puede valorar en toda su magnitud.

Y mira que hay allí historia, en ese sitio discreto y medio oculto: desde los romanos hasta hoy.

Por allí estuvo una de las puertas del campamento romano, la Legio VI, la VII, el castillo de defensa, las murallas, el hospital de San Froilán, luego convento de los Franciscanos Descalzos, el Liceo, la Escuela Veterinaria, el Instituto femenino, la cárcel que fue de notables y no tan notables y hoy Archivo Histórico Provincial (que, por cierto funciona estupendamente), el casón taller de Víctor de los Ríos, hoy centro de interpretación del León romano, el arco de acceso a la parte posterior de San Isidoro...

Allí, en ese arco, descansan temporalmente los pasos de la procesión del Viernes Santo, mientras los cofrades se dispersan por los alrededores a recuperar fuerzas de una noche larga de procesión.

Y, si se pasa ‘el arco de la cárcel’, al otro lado, aún se atisba el molino Sidrón, resto del burgo generado extramuros de la fortificación romana.

Sí, ahí está la doble plaza y todo lo que hay alrededor, que es mucho.

Cierto es que la urbanización de la misma es limpia y cuidada, pero un tanto fría, volcada en no distraer la atención sobre el conjunto de edificios, que es lo importante, al modo y moda de éxito en Europa de urbanizar los conjuntos históricos y monumentales: una bandeja limpia y de materiales de calidad que sirve de base para la exposición de ese conjunto.

Demasiado fría, quizás.

Y claro, el conjunto escultórico de ‘las moscas’. Lo siento, pero Eduardo Arroyo ha hecho cosas muchísimo mejores.

Y mira que es un espacio amplio, luminoso y muy apto para montar un museo escultórico al aire libre, una exposición permanente, máxime estando precisamente allí el antiguo taller de Víctor de los Ríos.

No, no ha sido la más feliz de las ideas.

Y todo esto, según parece, al fin, se va a complementar con la puesta en valor del antes mencionado espacio del Molino Sidrón y el grupo de cubos de la muralla, muy deteriorados, que hoy está tras un vallado que lo cierra (espero que, de alguna manera, también se marque la acequia que surtía agua al molino y que, aunque cegada, aún existe), además de abrir el paso peatonal hasta la calle Ramón y Cajal.

Y digo al fin porque ésta es una operación que lleva en marcha desde hace ¿Cuántos años? ¿Treinta? Por lo menos. No sé, por ahí. Incluso, allá por el 2006 (o así), estuvo a punto de cerrarse un convenio con todos los propietarios afectados para así abrir completamente ese paso entre el Espolón y Ramón y Cajal, cosa difícil con las edificaciones existentes, aunque luego el acuerdo, además de frustrarse, acabó en pleito. Y paralización, claro. Una pena, porque lo que ahora, parece ser que, por fases, se va a hacer, ya estaría en uso.

En cualquier caso. Lo dicho. Muchas veces valoramos lo de fuera y no nos damos cuenta de lo que tenemos dentro.
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