Pueblo pequeño, infierno grande

Pedro Ludena comenta la película de Rodrigo Sorogoyen 'As bestas'

Pedro Ludena
25/11/2022
 Actualizado a 25/11/2022
Luis Zahera y Denis Ménochet en un cara a cara de ‘As bestas’ de Sorogoyen.
Luis Zahera y Denis Ménochet en un cara a cara de ‘As bestas’ de Sorogoyen.
‘As bestas’
Director: Rodrigo Sorogoyen.
Intérpretes: Denis Ménochet, Marina Foïs, Luis Zahera, Marie Colomb.
Género: Thriller/ Drama.
Duración: 137 minutos.


El último estreno de Rodrigo Sorogoyen, ‘As bestas’, es su obra más madura hasta la fecha, un retrato del mundo rural tan duro como sus gentes, donde a pesar de enraizarse el odio, también hay vida entre las espinas.

Sorogoyen vuelve a la gran pantalla después de su trabajo más reciente en el mundo de las series, con su aclamada ‘Antidisturbios’ de 2020, con la que demostró una vez más su increíble talento a la hora de escribir y dirigir historias vibrantes y cargadas de tensión, como también son ‘El reino’ (2018) o ‘Que dios nos perdone’ (2016). No obstante, aunque lo que le ha llevado hasta aquí es su predilección y dominio del ‘thriller’, el realizador no se atasca en su fórmula y esta vez presenta una cinta mucho más seria, con una carga dramática mucho más pesada que a la que nos tiene acostumbrados, y que lo cimenta como uno de las figuras más prominentes del cine español.

‘As bestas’ nos sitúa en una aldea gallega, aunque se grabó en el Bierzo (pareciera que situarla en León no vendería lo suficiente), en la que residen una pareja de franceses, Antoine y Olga, interpretados por Denis Ménochet y Marina Foïs; que han encontrado su paraíso personal en este mundo rural, situado en plena naturaleza salvaje, un rasgo que comparten algunos de sus vecinos. Entre estos encontramos otra pareja, de hermanos en este caso, llamados Lorenzo y Xan, personificados respectivamente por Diego Anido y Luis Zahera; quienes ven a los franceses como el obstáculo que se interpone en su huida de la desgraciada vida de pobreza a la que se han visto avocados desde que nacieron. Este conflicto de puntos de vista dará lugar a un angustioso y constante acoso por parte de los locales a los extranjeros, cargando ese ambiente natural de una tensión asfixiante, especialmente en su primera mitad, capaz de cortarse con cuchara.

La película cuenta con muchas fortalezas, como son una fotografía naturalista y sobrecogedora del entorno, con planos que hacen mucho más por el turismo de montaña en el Bierzo que cualquier campaña de marketing, y que el filme se toma el tiempo necesario para mostrar en todo su esplendor, para que la audiencia pueda comprender por qué, al igual que la pareja protagonista, no nos querríamos ir de allí. Además de una ambientación realista y rústica que hace que el pueblo se sienta como si pudiera ser, mismamente, el tuyo. Sin embargo, lo que mueve todo el argumento son sus personajes y lo bien escritos que están, gracias al guion de Sorogoyen e Isabel Peña. Las actuaciones de libro y lo impecable en su escritura nos regalan personajes ‘cebolla’, con varias capas de complejidad. Aquí ni el malo es tan malo, ni el bueno es tan bueno. Todo es una cuestión de perspectivas y de la disparidad entre ellas. Cada personaje tiene sus ideales, la diferencia es hasta donde están dispuestos a llegar por ellos. Tiene sentido que aquellos naturales de la aldea, quienes han conocido la ruina desde siempre, sean más ‘bestas’, y, por ende, capaces de llegar más lejos. Pero no movidos por una rabia ciega, ni la locura, sino porque creen que es lo que deben hacer.

Aquí es donde entra el personaje de Luis Zahera, cuya interpretación destaca levemente por encima del excelente nivel del resto de sus compañeros de reparto, un hombre más de campo que las amapolas, cuya imprevisibilidad y violencia lo hacen una figura más aterradora que cualquier ser paranormal que uno pudiera imaginar. Se hace eco de personajes como el de Max Cady de Robert De Niro en ‘El cabo del miedo’, que acosan a sus víctimas de forma incansable y para los que el no tener nada que perder los hace verdaderamente peligrosos. Con un espectro moral paralelamente opuesto al de su vecino francés, este solo facilita este choque de ideas y culturas, ya predispuesto por el odio racista profesado hacia este último, simplemente por el hecho de nacer donde lo hizo. Este enfrentamiento, sobre el que pivota la trama, no es a puñetazo limpio ni se centra en lo físico, sino que su dureza se desprende de las conversaciones entre ambos personajes, cargadas de dobles sentidos, amenazas veladas e intimidantes silencios; que van estrechando el cerco del cazador sobre su presa, asfixiando progresivamente tanto al francés como al espectador.

Muchos encontrarán el gran problema de ‘As bestas’ en su repentino cambio de ritmo, pasada la mitad de su duración, donde la cinta da un paso atrás para explorar la totalidad de sus posibilidades, sin centrarse concretamente en una sola línea argumental. Sorogoyen quiere contar dos historias en una. De hecho, ha afirmado en varias entrevistas que la principal razón por la que se embarcó en este proyecto fue para contar esta segunda parte; sin desperdiciar la capacidad de ninguno de sus actores, los cuales van intercambiando la prominencia de sus roles, pasando todos, en su respectivo momento, bajo el foco principal del argumento. El director respeta y desarrolla a todos sus personajes en su ‘tempo’, lo que requiere el doble de esfuerzo a la hora de escribir un guion así, y por tanto tiene el doble de mérito.

Finalmente, ‘As bestas’ se decanta por un desarrollo y una resolución anticlimática, menos satisfactoria, pero más realista. La película no busca recrearse en el morbo del suspense y la venganza, sino que trata estos conceptos desde una aproximación trágica y veraz, prescindiendo de detalles escabrosos, dejando que la terrible cotidianeidad de los actos hable por sí misma. No hay espectáculo, ni un relato ficticio, tan solo la vida, llana y simple, con sus claros y oscuros. Por todo esto, se trata de un caballo de Troya, un drama humano disfrazado de thriller, que termina siendo mucho más intenso por su normalidad, sin adornos, casi como un documental. Mucho menos melodramática que cualquier telediario, ya que no busca hurgar en la herida, simplemente dejarla al descubierto y dejar que seque.

En resumidas cuentas, la última gran obra de Sorogoyen es de las mejores películas del año, que gracias a como gana enteros en un segundo visionado, acabará por envejecer como un clásico contemporáneo del cine español. Un relato crudo y agobiante que explora los instintos y las costumbres humanas y que no demoniza el ambiente rural, sin olvidarse de toda su belleza y magia, pero no niega que, en los cuentos de fantasía, no deja de haber monstruos.
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