Prueba de embarazo

Narrado en segunda persona del singular, la autora de este relato nos hace partícipes de su anhelo de maternidad, a través del personaje de Victoria. Ese deseo contagiará al lector de la misma ansiedad de la protagonista

Asunción Merayo Fernández
18/07/2020
 Actualizado a 18/07/2020
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Lo deseas y lo persigues, porque tu nombre, Victoria, te da alas para alcanzar tu anhelo de ser madre. Para ti sería, eso sí, una gran victoria. Eres Victoria y aún te queda precisamente ‘otra victoria’ para dar a la vida: ser madre. El médico te lo desaconseja porque podrías poner en peligro tu propia vida, o la del hipotético bebé, que tanto deseas, que tanto deseáis tú y tu pareja. Lleváis al menos dos años intentándolo pero el bebé se resiste a llegar. Habéis puesto todo lo necesario de vuestra parte. Pero aun así no ha resultado nada fácil, como bien sabes.

Nunca ha cejado vuestro empeño como pareja para conseguir tu objetivo. En esa porfía transcurre el tiempo. Hoy, apareces con un malestar extraño, que te revuelve el estómago y no dejas de tener nauseas, mareos… Lo cual te hace tener un bajo estado anímico. Y, para colmo, tampoco te baja la regla. Vaya lata. Si es que no sabes qué pensar ni a qué atenerte. Estás hecha un mar de dudas. Te sientes desconcertada, con ganas de llorar. ¿Pero por qué me estará pasando estoy ahora?, te preguntas, una y otra vez. Por lo general, tu regla es regular, muy regular, te atreverías a decir, y con puntualidad te suele llegar cada mes. Y ahora ya van dos meses y nada. Es descorazonador. Te sientes realmente abatida. Pero tendrás que poner remedio. Y solucionarlo cuanto antes. Es preciso que lo soluciones. Y cuanto antes lo hagas, mejor será. No titubees ni un instante más. Lo mejor, piensas, es pedir cita, sí, una cita a tu ginecólogo. Y sólo así saldrás de dudas, porque la duda te está corroyendo. Entonces, te armas de valor y pides cita.

Pides cita para una revisión ginecológica y una analítica para comprobar tu salud. Ocho días después de haberla pedido, ya estás en la consulta con muchos nervios y esperando impaciente: te sientas y te levantas sin parar, te muerdes las uñas, coges una revista y la vuelves a colocar después de hojearla un rato porque ya no sabes qué hacer. Es una situación tal vez embarazosa, te dices, como intentando poner un punto de humor a la realidad. Sí, en estos momentos lo mejor sería reírse o al menos sonreírse. Pero los nervios no te dejan ni a sol ni a sombra. No puedes parar quieta, sentada. Te levantas, una vez más. Necesitas ir con urgencia al baño. ¿Dónde estará un maldito aseo? Estás tan fuera de ti misma que no logras encontrar uno. Y eso que debe haber más de uno en esta consulta. O no. Quién sabe.

Por una parte, si el ginecólogo te dijera que estás esperando un bebé, sería un motivo de alegría para ti, para vosotros; crees, estás convencida de que a tu pareja le haría mucha ilusión; pero, por la otra, tienes miedo, mucho miedo, que el bebé pudiera estar enfermo. Y eso te quita el sueño, te desespera aún más. No permitirías de ningún modo que ese bebé naciera enfermo, eso no. O sí. Pero eso te desconsolaría. Deseas tener un bebé, sí, pero que esté sano. Y también deseas estar tú bien. Sigues esperando a que tu ginecólogo te atienda. El tiempo parece detenido. Entonces, sacas tu móvil del bolsillo. Echas un ojo a la hora. Ya han pasado cuarenta minutos. Te parece una eternidad, sin embargo. ¿A ver si me consulta el doctor?, te dices. Un sudor frío recorre tu frente, tu cara, incluso tu cuello. Te falta el aire. ¿Qué alguien me atienda? Cálmate, que pronto te darán los resultados. Recuerdas que llevas justo dos meses de ausencia de regla, otra eternidad, todo se te está haciendo eterno, aunque el tiempo, bien lo sabes, es relativo. Serénate, sí, aunque te confirman el embarazo y la analítica es positiva para ti, pronto te darán los resultados, no obstante, te seguirás te sigues haciendo muchas preguntas: ¿Nacerá bien? ¿Estará a salvo durante toda su vida? ¿Heredará esa enfermedad que tanto teme el médico? Preguntas que despejarás en cuanto el ginecólogo te llame. Sí, ya queda poco para saber la verdad. Sabes que no te importa el sexo de tu bebé. Es probable que, en caso de que sea un niño, tenga más posibilidades de nacer sano. ¿Y si es niña? Bueno, ya veremos. Aún es pronto para saberlo. De momento, sigo esperando al doctor, que ya está tardando mucho. Necesitarás, eso sí, cuidarte mucho. Tu pareja te ayudará. Y eso facilitará el buen nacimiento de tu bebé, de tu ansiado bebé. Harás caso de todas las recomendaciones que te diga o sugiera el médico, que para eso es él quien sabe. Lo importante, eso sí, es que tu bebé nazca sano. Y te dará igual que sea niño o niña. Quieres que todo vaya bien. Y para ello tendrás una sana alimentación, te cuidarás también haciendo ejercicios diarios. Por fin, te llama el doctor. Y te frotas las manos, el doctor ha despejado las dudas. Ya saldré de dudas, te dices. Tu bebé está en el buen camino. Es probable que nazca sano. Aún es muy precipitado para saberlo. O no. Si el doctor lo asegura, tendrás que creerlo. El niño, es un niño, qué alegría, nacerá sano. Por fin, has logrado la victoria, esa victoria que has perseguido y que a la que tu nombre, sin duda, ha contribuido tu victoria, tú eres Victoria. Porque tu hijo se llamará como tú, Victoria. Y tu niño se llamará Victoria. Ah, no, que Victoria es nombre de niña. Da igual. Por primera vez un niño se llamará Victoria. Has logrado ganarle la batalla a la realidad. Has conseguido la Victoria final, que es tu tesoro. El anhelo más preciado de tu vida. Tu nombre puso las alas y tu hijo las recibió.

Relato del Taller de composición que imparte Manuel Cuenya en la Universidad de León (Campus de Ponferrada)
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