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Prueba de agudeza visual

02/04/2023
 Actualizado a 02/04/2023
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En esta época las redes sociales se llenan de santos y vírgenes, devociones tan presuntas como intermitentes, playas y montañas, reencuentros de familiares y amigos, limonadas y dietas de poca vigilia. La tradición más longeva es la que cada cual entiende a su manera. Si la semana pasada me costaba diferenciar cuál era la noticia menos creíble, en la que hoy termina lo difícil ha sido elegir la fotografía que más me ha impactado, porque hubo tres que llamaron especialmente mi atención.

La primera de ellas fue la de Ana Obregón con su bebé recién comprado en brazos. Como siempre, todo lo que hace esta pionera de los pechos operados divide el país en dos. Por un lado están quienes empatizan con ella porque consideran que, después de haber perdido a su hijo, tiene derecho a todo aquello que pueda pagar. Por otro, quienes critican, con razón, la gestación subrogada porque modernizaría la explotación. A esta última corriente pertenecen los que defienden que la mujer es libre de hacer con su cuerpo lo que considere, salvo que considere lo contrario de lo que opinan. Salvando las distancias en este caso no tan insalvables, ocurre algo parecido al debate de los transgénicos: no se pueden cultivar aquí pero se pueden importar si se han cultivado en el extranjero, paradoja que pasa inadvertida en los sesudos argumentos de uno y otro lado. En cualquier caso, el hecho de que la protagonista saliera de la clínica con el bebé en brazos pero en silla de ruedas, que fue lo que verdaderamente me impactó a mí, zanjó las discusiones éticas y abrió la misma de toda la vida: si sólo somos el tiempo que nos queda o, si acaso, el que les queda a los demás.

La segunda imagen más impactante de la semana se tomó en el salón de plenos de la Diputación Provincial. Me recordó a la iglesia del pueblo en la que, como por una orden divina pero antinatural, las mujeres siempre se ponían delante y los hombres detrás. Y los niños, en el coro. A algunos paisanos era el único momento del día en que les veía sin boina o sin fumar, levantándose y sentándose con resignación cuando tocaba y mirando para otro lado cuando cantaban el «Alabaré», como si fueran a perder virilidad por reconocer que se la sabían de memoria. En la Diputación, en un homenaje que se inventó el presidente a lo que él considera el municipalismo, pasaba exactamente lo contrario: todos los hombres estaban delante, para recibir el homenaje, y sus mujeres estaban al fondo. Se supone que eran los alcaldes más veteranos de la provincia, de todos los partidos, a los que quizá habría que preguntar si, habiendo ya demostrado sobradamente su vocación de servicio público, no tienen ya otra cosa que hacer, a lo que seguramente responderían: «Es que me lo piden los vecinos. Si no soy yo...». Más que al municipalismo, el acto se convirtió en una reverencia al caciquismo, que en la Diputación encuentra su particular templo, empezando por la forma en que se elige a los diputados y elevado hasta su máxima expresión con el actual equipo de gobierno. Las feministas del partido, dadas a autonombrarse abanderadas del movimiento y a impartir lecciones, no vieron ningún agravio en esto, como no lo han visto nunca en ejemplos tan gráficos como casposos de lo que, aquí sí, se llama heteropatriarcado. «Caciquización», si estamos por inventar palabras. Su feminismo parece completamente selectivo en el mejor de los casos, o simplemente electoral en el peor. Así que nadie dijo, como debería, que históricamente las mujeres han sido apartadas del poder, pese a que los ejemplos, que se podrían considerar excepciones, demuestran que siempre han estado más que capacitadas para ejercerlo, como era el caso de las pocas presentes. Y, viendo al personal, quizá no haya que desestimar la teoría de que muchas mujeres hayan rechazado la oportunidad de ocupar cargos que, entre sus beneficios, sólo suelen aportar el de figurar y aparentar lo que no eres. Para rizar el rizo, entre los homenajeados se habían olvidado de los fallecidos y de sus familiares, pero sí había dos alcaldes que recibían el emotivo aplauso de esta provincia mientras están esperando sentencia de la Audiencia Nacional, donde han sido juzgados por malversación, fraude, tráfico de influencias y demás delitos relacionados con la corrupción, de la que, como de la democracia, aquí también somos cuna.

La tercera de las imágenes que llamó mi atención esta semana fueron, en realidad, dos. En la primera, los representantes de la Cultural y Deportiva Leonesa saludan afectuosamente al Papa Francisco. En la segunda, tomada solo unos minutos después, el Papa Francisco es trasladado en ambulancia por una crisis respiratoria y cardiaca. Desde el Vaticano dijeron primero que era una revisión programada y, después, que se anulaba su agenda prevista para los días siguientes. Una cuestión de fe. Lo que me sorprendió del caso no fue el gafe que se podría suponer a la Cultural, que ya había sido apuntado por numerosos aficionados hasta la fecha, sino los debates que escuché a mi alrededor sobre si la hipotética muerte del Papa obligaría a suspender las procesiones. La respuesta generalizada era que no, que por supuesto que no, lo que deja muy a claras que, para muchos de los que presumen de ella, la pasión que estos días inunda las calles no tiene ya demasiado que ver con la religión.

Felizmente, el Papa se recuperó, bautizó a un par de bebés sin preguntar de qué vientre habían salido y los leoneses siguieron ejerciendo su creciente y muy respetable pasión, aunque yo echo de menos que dure el año y se aplique también contra los políticos que sólo ven en esta tierra su particular rampa de lanzamiento. Así, además, nos evitaríamos que parezca una confesión subrogada.
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