¿Próxima parada? (5/10): 'En Mataporquera, parada sin fonda'

Continúa el emotivo viaje de diez entregas por la ruta que desde el siglo XIX transportaba en tren mercancías y pasajeros desde las cuencas mineras de León hasta los Altos Hornos de Vizcaya y ahora agoniza en el olvido

Camino Díez Llamazares
06/11/2022
 Actualizado a 13/11/2022
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De Mataporquera no es poco lo que se puede decir. La máquina tiene que esperar a que llegue la que viene de Bilbao por las mismas vías. En ocasiones, el tren realiza el recorrido completo hasta Vizcaya. Hoy, a pesar de lo que había dicho la interventora, hay que cambiar de máquina: este tren vuelve por donde ha venido. El que viene de Bilbao va con retraso. El jefe de estación avisa de que parará en el andén de enfrente.

– Quédate dentro del tren para no pasar frío hasta que llegue –recomienda amablemente.

Varias personas están sentadas en un banco junto al edificio de la estación. Son vecinos del pueblo que pasan su tiempo libre admirando el vaivén de los diferentes trenes que recogen y dejan pasajeros en Mataporquera. En todo viaje por estas vías se encuentra al menos a un pasajero que comenta la antigua situación de la localidad.

– Mataporquera se conocía por ser el pueblo más ‘guarro’ de toda España –decía José, uno de los viajeros de otros trayectos por el mismo recorrido.

José contaba que la actividad de la cementera era responsable de la suciedad de la localidad cántabra.

– ¿Qué pasaba aquí con la cementera?
– Antes echaba mucho polvo y esto era totalmente gris, pero desde que le pusieron los filtros ya no pasa –explica uno de los vecinos.
– Además, ha estado cerrada bastante tiempo. Estos ecologistas les han fastidiado –dice con gesto bromista. El resto responde con una leve carcajada.

José, uno de los pasajeros de recorridos anteriores por las mismas vías: «Mataporquera se conocía por ser el pueblo más ‘guarro’ de toda España» Durante el viaje de Aparicio, el escritor mencionaba también la cementera por la misma razón. La parada de media hora en Mataporquera se veía suspendida a causa del retraso y los pasajeros no tenían tiempo de bajar y comer. El interior de la máquina se convertía por aquel entonces en un amplio comedor. Incluso los ferroviarios cocinaban dentro con ollas del mismo carbón que transportaban y compartían su comida con los viajeros. Hoy no hay comida ni parada de media hora.

La estación es una oda a la vida ferroviaria. Acoge el Museo del Ferrocarril y su Centro de Interpretación. Cuenta con algunas viejas vías que aún se conservan, una grúa y más elementos propios del antiguo Hullero. En la fachada principal del edificio donde se encuentra el Centro de Interpretación, un anuncio de azulejos azules de la empresa Telefunken ocupa buena parte de la pared.

La empresa, fundada en 1903, dejó de estar en funcionamiento a mediados del siglo pasado y aún sigue presente en la estación de Mataporquera. La imagen da cuenta de nuevo de los diferentes ritmos a los que evolucionan la vida rural y la urbana. Como si el tiempo en los pueblos pasase más lentamente y a ellos no hubiese llegado aún la noticia de que la empresa ya no existe.

– ¿Dónde para el que viene de Bilbao? –dos hombres se acercan para preguntar al jefe de estación.
– Llega al otro andén, por el lado contrario. ¿Vais a Bilbao?
– No, no. Venimos a recoger a la familia que viene de allí –responde uno de ellos. Poco después, ambos se disponen a cruzar las vías para recibir a los viajeros.

La estación es una oda a la vida ferroviaria y acoge el Museo y su Centro de Interpretación, además de elementos propios del HulleroUna mujer anciana y otra más joven aparecen en la estación junto a un varón. Sin preguntar, los tres cruzan la vía para esperar en el andén correspondiente. Él se enciende un cigarro para amenizar la espera. Intercambian algunas palabras con los dos hombres que caminan de un lado a otro para aliviar el frío. El cielo presenta un color cada vez más grisáceo. Parece que quisiera romper a llover, pero no lo hace y los vecinos aprovechan para irse.

Poco antes de las seis y media aparece la máquina. Los pasajeros pasan a su interior para continuar el trayecto. La mujer más joven se despide y se aleja de la estación. El interventor sale y aparece uno nuevo en escena. Tres personas salen de la cabina y atraviesan el tren para introducirse en la del otro extremo. Son tres varones: dos son jóvenes y el último es algo mayor.

– Primero al baño. Si no, no llegamos – dice uno de los jóvenes al tiempo que cierra la puerta de los servicios.
– ¡Eso, rey! Tú, lo primero –responde la mujer que esperaba en la estación.

Los tres saludan al nuevo interventor cuando pasan a su lado. Al poco de entrar en la cabina, el tren pita avisando de la salida de Mataporquera. El interventor se acerca a los pasajeros para revisar sus billetes.

– Tengo el abono recurrente.
– Sí, ya veo, pero esto no te sirve –explica mientras mira fijamente el billete. Le da la vuelta para comprobar que no se equivoca. – Este abono es sólo para el trayecto completo de León a Bilbao –aclara con seguridad.

Cuando termina con su labor, que no le lleva mucho tiempo, se dirige hacia la parte delantera y se sienta en la primera fila de la máquina.

– ¿Los jóvenes de la cabina están haciendo prácticas? –no es la primera vez que el conductor va acompañado de varios aprendices de maquinista.
– Sí, están de prácticas –responde el interventor.
– ¿Es habitual que las hagan en este tramo?
– Bueno, las hacen donde luego van a trabajar –dice sin hacer mucho caso. Está pendiente del libro abierto que tiene encima del asiento anexo al suyo. – Ahora está conduciendo el maquinista –dice suponiendo que las preguntas se deben a una especie de preocupación.

En el exterior ya se va notando la oscuridad del atardecer. En no mucho tiempo el Hullero quedará flanqueado por únicamente un color negro que impedirá apreciar el paisaje por el que se extienden sus vías. El interventor mira esperando más preguntas.

– ¿Se nota un cambio de generación entre los conductores?
– Hay de todo. Hay maquinistas que se sacaron la oposición hace muchos años y todavía trabajan –parece más interesado en esta pregunta.
– ¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí? –ahora sí, su atención está completamente captada.
– Aunque no sepa tu edad, llevo aquí más años de los que tienes tú.

El interventor vuelve su mirada a las páginas de su libro dando a entender que no está dispuesto a responder más preguntas. Al poco, se introduce en la cabina y sale después junto a uno de los jóvenes aprendices. Ocupa cada uno un par de asientos de la primera fila en la dirección de la marcha. De vez en cuando, hablan durante unos segundos, pero cada uno va a lo suyo.

El Hullero sigue su recorrido acercándose a la próxima parada. Ahora no hay ninguna voz mecanizada que la avise. En su interior, sólo se oyen los silbidos intermitentes y las voces de los dos pasajeros que conversan varias filas más atrás y dan algo de vida al solitario tren.
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