¿Próxima parada? (4/10): Tierras que fueron y ya no son

Continúa el emotivo viaje de diez entregas por la ruta que desde el siglo XIX transportaba en tren mercancías y pasajeros desde las cuencas mineras de León hasta los Altos Hornos de Vizcaya y ahora agoniza en el olvido

Camino Díez Llamazares
30/10/2022
 Actualizado a 30/10/2022
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Guardo mantiene su historia muy ligada al Hullero desde la construcción de sus vías. Fue la puesta en marcha del ferrocarril lo que provocó un cambio drástico en la fisonomía del pueblo, que comenzó a depender considerablemente del nuevo servicio hasta sumirse en una profunda crisis con la caída del sector del carbón. La modificación del casco antiguo de Guardo a causa del Hullero justifica la apariencia industrial de la que ya hablaba Aparicio hace cuarenta años.

Una pareja de pasajeros en otro de los viajes por las mismas vías, Manolo y Ana, comentaron una vez algo sobre el pueblo.

– Lo de Guardo sí que es para investigar. Eso sí que es… ¡Puf! –decía Manolo mientras gesticulaba sutilmente.
No quiso entrar en detalles aunque daba la impresión de que se refería a la transformación ferroviaria a la que se ha visto sometida la población. La pareja era de Bilbao y hacía el recorrido para conocer la zona.

– Lo teníamos pendiente, aunque eso de que no te dejen en el centro… –Manolo hacía un gesto de negación con la cabeza al hablar. Le parecía mal tener que coger un autobús hasta la estación de León. Ana era de menos palabras y más sonriente. Tenían pensado realizar el recorrido inverso un par de días después.

– Pasáis más tiempo en el tren que en León.
– Sí, bueno, es por la experiencia –decían.

En el de hoy no hay pasajeros que viajen por razones turísticas. Apenas hay pasajeros de ningún tipo. Aurora se bajará en Vado Cervera y no habrá ninguno.

La puesta en marcha de las vías del ferrocarril de La Robla provocó un cambio drástico en la fisonomía de Guardo La máquina avanza hacia Santibáñez de la Peña y deja a un lado la Sierra del Brezo, que irá acompañando al tren durante el trayecto restante por la provincia de Palencia. El pico más alto es el del Fraile y se encuentra a más de 2.000 metros de altitud. La planta de pocos centímetros de longitud que da nombre a la sierra, el brezo, cubre los montes del conjunto y los tapa como si fuera una manta. Sobre una de las cimas vuelan varios buitres.

En un punto cercano a la estación, las vías del Hullero se cruzan con la carretera. Esperan para atravesarlas varios coches y un camión. El tren silba para avisar de la llegada a la estación pero no para. La maquinista demuestra de nuevo su rapidez. Santibáñez, igual que Guardo, cambió por completo con la instalación de las vías del Hullero. La explotación de las minas de la zona trajo consigo pequeñas industrias de carácter familiar y nuevos habitantes al pueblo.

El tren pasa por las estaciones de Villaverde Tarilonte y Castrejón del Pisuerga pero no para en ninguna de las dos. Antes de llegar a la segunda, se aprecia a lo lejos, en dirección sur, la iglesia que describía Aparicio en ‘El Transcantábrico’. Es la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción del siglo XIII. A pesar de lo que decía al comienzo del recorrido la señora que bajaba en Matallana, la máquina ha hecho paradas en todas las estaciones estipuladas en el itinerario en León y no ocurre lo mismo con las de Palencia.

Se ven coches en la carretera que acompaña a la vía por el lado derecho al abandonar Castrejón. Un poco más lejos hay un rebaño cuyo perro guardián resulta ser un burro. Al menos, así lo parece en la distancia. Aurora comienza a recoger sus cosas, por lo que es lógico intuir que la máquina se está acercando a su parada. El tren silba y a través de sus ventanas se ve un tractor de color verde que trabaja oxigenando la tierra.

De pronto, ambos lados de la vía quedan repletos de vegetación. El Hullero atraviesa una zona de bosque frondoso llena de arroyos. En su interior casi puede notarse el olor de la humedad y las plantas. A la izquierda, se queda atrás una de las minas que en otros tiempos llenaba los vagones de mercancías del mismo tren.

Una curva a la derecha permite ver al fondo la estación de Vado Cervera. Allí esperan apoyadas en un coche negro una mujer y una niña. Cuando ven al tren acercarse, se aproximan a las vías y abrazan a Aurora cuando baja del tren cargada con todo su equipaje. Le ayudan a meterlo en el coche y se disponen a irse al tiempo que la máquina reanuda la marcha. Suena el pitido oportuno y la voz que avisa las paradas se equivoca anunciando la de Villaverde Tarilonte.

La imagen es una nítida y colorida del ambiente de soledad acunado por el gusano de diésel que es el Hullero y que se arrastra aprovechando cada hueco entre las montañas para avanzar. El traqueteo constante y los silbidos cortesía de la maquinista armonizan el retrato de la imaginación. Ya no queda ningún pasajero dentro del tren.

Las minas de la zona palentina por la que se extienden las vías del tren de La Robla supusieron el auge industrial de sus pueblos y hoy no son más que un recuerdo para quienes quieran echar la vista atrás. Estas tierras que alcanzaban la modernidad con el ferrocarril ahora tienen como protagonista un profundo abandono a pesar de su belleza.

La máquina atraviesa un túnel estrecho. Cerca de Bercenilla, un puente le permite cruzar el río Pisuerga antes de llegar a la próxima parada, Salinas de Pisuerga. Pasa de largo por la estación. A pocos kilómetros en dirección sur queda el embalse de mayor capacidad de la provincia, el de Aguilar. Cerca se encuentran los restos de una ermita rupestre de época medieval, la Necrópolis de Corvio. De ella queda poco; sus muros fueron utilizados para otras construcciones.

Las minas de la zona por la que se extienden las vías del Hullero supusieron el auge industrial de sus pueblos y hoy sólo son un recuerdoEl Hullero llega a Cillamayor, la última parada de Palencia, donde la maquinista tampoco pierde un segundo. El ferrocarril avanza entre campos, bosques y carreteras comarcales hasta pasar la frontera entre Castilla y León y Cantabria. La próxima parada es Mataporquera. Se puede apreciar un paisaje neblinoso en las montañas del fondo.
Quedan alrededor de quince minutos para llegar a la mitad del recorrido. Mataporquera es la parada más larga del trayecto y puede que se suban nuevos viajeros. En León, Pepín decía de esta estación que era impredecible.

– ¡Así que a ver si tienes suerte! A veces bajan a los pasajeros en Mataporquera y les suben a un autobús –confesaba desde la ventanilla.

El tren se encuentra con un tramo lleno de curvas y avanza reduciendo ligeramente la velocidad. Gira casi 360º y se acerca a un pequeño pueblo. Un cementerio y una iglesia ocupan la primera imagen de Cuena. Ambos se quedan atrás mientras el Hullero continúa el recorrido. Al salir, atraviesa un puente sobre un fino hilo de agua, el río Valberzoso.
La llegada a Mataporquera es sigilosa. Una curva a la izquierda da paso a una recta que se prolonga junto a otro río, el Camesa. Este es más caudaloso. La máquina sigue hacia delante dejando a la derecha una fábrica de residuos.

Una señora está asomada en su balcón mirando cómo pasa el tren. Lo observa tranquila mientras el Hullero silba avisando su llegada. Al llegar a la estación, una fábrica invade buena parte de la panorámica. La interventora se acerca antes de recoger sus cosas.

– ¿Ya sabes cómo va esto? –no espera la respuesta– Nosotras bajamos aquí y se suben un nuevo maquinista y un nuevo interventor.
– ¿Se puede salir a tomar un poco el aire?
– Yo creo que sí –aclara sonriente.

La maquinista sale disparada de la cabina para acercarse al edificio de la estación. Se despide de la interventora, que está preparándose para abandonar la máquina. El Hullero se vacía por completo. Sus puertas permanecen abiertas y en el interior no se oye ni un ruido. La máquina se queda estática. Después de casi cuatro horas y media y teniendo en cuenta que quedan aún otras cuatro, la mejor idea es salir del tren y respirar aire fresco. No parece que haya nuevos pasajeros en esta estación.
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