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Provincias jubiladas

23/02/2020
 Actualizado a 23/02/2020
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El pasado domingo calles principales de esta provincia se llenaron de ciudadanos clamando por soluciones, sin concretar cuáles y acompañados de políticos que han dejado pasar los trenes de los que ahora reclaman paradas. Más allá de la esterilidad de otra comunidad autónoma (que reclaman unos) o de las atenciones preferenciales (otros), la manifestación congregó personas que raramente comparecen juntas, desde el becario a punto de emigrar al rentista adinerado de toda la vida. He ahí una de sus virtudes, comentan muchos. He ahí su flaqueza, quizás.

Las manifestaciones solían congregar grupos sociales agraviados o maltratados, unidos por intereses y el convencimiento de que su causa era justa. Las que recorren León, Teruel o Soria, entre muchas, y podrían recorrer cualquier rincón de este país (y de gran parte de Europa), denuncian agravios comparativos que comparten, con otros caracteres, ciudades y regiones pobladas o supuestamente favorecidas, donde tampoco viven mejor que los leoneses, turolenses o sorianos. Puede que tengan más servicios a mano, pero el acceso a los mismos suele ser más caro y encuentra dificultades y escollos diferentes, que no menores. La nuestra tal vez no sea tanto una protesta identitaria o de territorio sino la forma que adquiere una protesta ciudadana que interesa a cualquier zona del país, aunque en León se amalgame con un colorismo histórico que enturbia su sentido final: una redistribución más justa de la riqueza. Lo de siempre. Si nos concedieran una autonomía todos seríamos más pobres y menos, pero con gobierno propio (y sin culpables ajenos). Con dirigentes que anduvieron tras la pancarta aunque ya hayan mostrado su valía.

El vaciado de estas tierras, un fenómeno mundial de concentración urbana acelerado aquí, no solo responde al desmantelamiento de industrias y agricultura precarias, barridas por la globalización, sino también a una distribución desigual de trasiegos demográficos históricos y al imperio de una pirámide de población invertida, afrontados por este país en su conjunto, pese a su mayor evidencia en el envejecido interior. Solo una incierta emigración podría revertir la tendencia, lo que supondría cambios categóricos y socio/culturales a gran escala, con la consiguiente transformación (que no pérdida) de los rasgos de identidad tan venerables y reivindicados, aglutinantes de tanta vindicación. Quizás por ese motivo broten por doquier mecanismos de autodefensa y se hayan convertido en ‘apuesta’ económica monopolista (el turismo).

Sin embargo, los panegiristas del terruño exclaman a los cuatro vientos que en León (o en Teruel, o en Soria…) se vive mejor que en otros lugares. También se morirá antes. Para vivir mejor hay que morir más rápido, dejar un bonito cadáver, un cadáver monumental. O llegar antes a la jubilación. Disfrutar y ofrecer placeres cementeriales, el negocio del futuro: silencio, soledades, ruina, melancolía… Un domingo de solecito, una manifestación, un vino…
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