15/04/2021
 Actualizado a 15/04/2021
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En la época en que un servidor servía vinos en ‘Lla Abacería’, conocí a mucha gente divertida, inteligente y ‘viva-la virgen’, que de todo hay en la viña del señor... Había un paisano que acudía todos los días a las ocho en punto de la tarde a tomar uno o dos vinos de la gama media-alta, acompañado por una mujer (no siempre la misma). En el tiempo de que os hablo estaba sulfatandoa un pibón impresionante, mucho más joven que él. Un día le vi con muy mala cara. «¿Qué te pasa?, parece que vienes de correr una maratón». «Pues que la chavala me tiene en las últimas. Es insaciable. Por suerte, convencí al médico para que me recetase Viagra y acabo de leer las contraindicaciones y los efectos secundarios. Échales tú un vistazo». Me pasó, entonces, la caja que contenía las pastillas maravillosas. Con bastante esfuerzo, conseguí sacar el prospecto. Lo había doblado un mago de la papiroflexia y, después de cinco minutos desdoblándolo, surgió un papel de una emina de tamaño. La verdad es que acojonaban las cosas que te advertían que podían pasar de tomarlo. Al acabar de leerlo, le pregunté: «¿Qué vas a hacer?», a lo que me contestó, después de mirar con ojos de lujuria a la chavala, «¿Tú que crees?». El otro día, hace un mes, me lo encontré por Ordoño conla muchacha, que seguía igual que impresionante que hace quince años. La verdad es que me alegró mucho verlos y me alegré mucho más cuando me dijo que se habían casado, por la iglesia, por supuesto.

Cuando Pfizer descubrió, por error, como todos los grandes inventos, la famosa Viagra, no sabía que estaba haciendo un bien impagable a la humanidad. En cambio, cuando desarrolló, en un tiempo récord, la primera vacuna contra el coronavirus, sabían que iban a ganar una morterada de dólares inimaginable. Está claro que su vacuna (como la de Moderna, Oxford, Janssen, la rusa y la china) es experimental y, como tal, imperfecta. Sí, es cierto que pueden producir efectos secundarios demoledores para algunas personas. Pero también es cierto que sus beneficios son evidentes. Desde que se está vacunando (de aquella manera) a la población, las muertes por culpa del puto virus han bajado de forma exponencial. Pero eso no quita para que, al que le toque, la palme casi a traición y que su familia ponga el grito en el cielo. Me gustaría saber qué opinarían los virólogos y toda esa suerte de listos que salen en la televisión animando a la gente a vacunarse si, por ponerse una, muriera su hija, su mujer o su madre. Como el resto de nosotros, se indignarían y, probablemente, denunciarían al Estado o a la comunidad autónoma que las habían aprobado. El dolor siempre es mayor si te toca en primera persona y disminuye, hasta casi desaparecer, si les toca a otros.

Lo que parece claro es que los laboratorios se van a forrar y que a los intermediarios que aprueban sus productos también les tocará una pasta gansa. Vivimos en una sociedad en la que los cleptómanos (los que viven sin marcarla) han adquirido un poder como nunca antes en la historia de la humanidad, que ya es decir. Todos los políticos, los sacerdotes de las distintas religiones y los asesores de los asesores de los que mandan, entran en la definición de ‘cleptómanos’ de cabeza. No hay más que ver cómo la están cagando, en esta crisis que padecemos, los gobiernos o instituciones con una buena prensa que no se merecen, como la Organización Mundial de la Salud o la Agencia Europea del Medicamento. Los vaivenes de estas organizaciones han sido colosales en un espacio de tiempo tan pequeño como un año.

Lo que más me jode de todo es que el pueblo, nosotros, estamos callados como puertas en vez de salir a la calle y ponerlo todos patas arriba. Porque los que han muerto (quitando un pequeñísimo tanto de por cierto) han sido gente que el único pecado que cometieron fue trabajar como animales y confiar en unas instituciones que no han sabido estar a la altura. Al pueblo le sobra fe. Si no, es incomprensible que no leamos nunca los famosos prospectos de las medicinas que nos receta un médico que está, en la mayoría de los casos, pagado (en forma de viajes, comidas opíparas, regalo de material fungible, ordenadores, teléfonos de última generación, etc.) por las multinacionales farmacéuticas. Uno tenía un amigo, que por desgracia murió, que era visitador médico. Las dos únicas veces que comí en el ‘Capricho’ de Jiménez de Jamuz, él me invitó. Comer, lo que es comer, comimos poco. Ahora, ¡beber!, lo hicimos con la soltura que da el saber que tú no vas a pagar los platos rotos...

Salud y anarquía.
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