Imagen Juan María García Campal

¿Propósito? ¡Enamorarme!

03/01/2018
 Actualizado a 19/09/2019
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No sé usted, pero servidor, con esto de los balances del extinto año y los propósitos para el recién iniciado –¡enhorabuena!, al menos, aquí estamos– ha llegado a la conclusión de que si alguna virtud o cualidad tiene, y sólo en parte, es la de perseverar. De año en año persevero, cual burro de noria en sus pasos, en los mismos propósitos. Vamos, que el día que los cumpla van a salir niquelados, de lujo y con IVA (intento con vejez añadida). Pero ya digo, si de quiniela futbolística se tratase mi anual evaluación, sería plena de variantes. A lo sumo empates –¡ay!, porque poco–. Como aquel fiel del domingo de ramos al que el clérigo oficiante le dijo: levante las palmas; y él, no sin santo espíritu deportivo, contestó: equis. ¿Victorias?, salvo las pírricas de cada día y la de en ellos sobrellevarme, ni dignas de mención: ninguna, nada, cero. Eso sí, una nada, un cero, motivadores. Que como para rendirse están las cosas, y más, a estas alturas del vivir.

A estas alturas del vivir, además, enriquecido de tiempo propio y jubiloso. Lo que, en verdad, me ha dificultado algo la valoración comparativa del año sometido a examen de aprovechamiento. ¿Cómo calcular y comprobar si en el año caducado, en el que más de la mitad ha sido privilegiado en tiempo de libre disposición, he leído más en comparación con el precedente donde el disponible para mi propio uso fue mucho menos? Cualquier cálculo sería mera especulación, poco confiable. Sí sé, sin embargo, que he leído mejor, más tranquilo y concentrado, con menos excursiones a la realidad inmediata, mucho más consciente y contento de la degustación de las palabras, del lenguaje; más entregado al estudio, al aprendizaje, al goce voluptuoso que es, normalmente, la lectura. Y así, tantas y tantas cosas de los regalados días con sus noches que, bien ustedes mismos pueden evaluar por ser mayormente públicas, digamos, mis escrituras; bien corresponden a mi ámbito privado, cuando no íntimo. Eso sí, en el fumeque, ahí he andado un año con otro, tos arriba, tos abajo, ya casi tos crónica.

Y no, no es que hoy padezca de amnesia de tantas tristes realidades. Es que para mejor enfrentarlas me he propuesto, por encima de todo –hasta del cenicero donde «Diciendo está el cigarro/ lo que es la vida;/ fuego de unos instantes,/ humo y ceniza», que poetizó Ruíz Aguilera–: ¡enamorarme! Enamorarme cada día un poco más de esa amante incierta que cada mañana me regala la luz; que cada noche me abandona en los brazos de Morfeo, que es la vida. ¡A vivir!
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