Maximino Cañón 2

Prohibiciones y recuerdos de antaño

08/11/2022
 Actualizado a 08/11/2022
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Hay quien dice que lo pasado, pasado está, lo cual a veces suele ser un escudo protector ante lo que se desconoce o se ignora y no se quiera admitir. Esa es mi opinión, allá cada cual con la suya. Esto que cuento, como casi todo lo que escribo, lo escuché o presencié en otras etapas de mi vida. Soy consciente que mucha gente de mi edad, o de más años, hace continuamente alusiones a lo que antaño no se podía hacer y que, según alguno de los que conformaban la tertulia, había mucho más orden en las conductas, omitiendo que ello también comportaba un recorte en las libertades. Cambiando impresiones al respecto coincidían en que, para mantener una buena conducta ciudadana, lo mejor era la aplicación de multas en metálico, que eso de rascarnos el bolsillo, decían, es lo que más nos duele. Estaban los bares y cantinas, con mayor incidencia en los pueblos o pequeñas poblaciones, llenos de carteles con prohibiciones. Si la memoria no me falla estos se podrían distinguir en dos clases de mensajes. En los bares de la ciudad o localidades mayores predominaba el siguiente texto: «prohibido escupir en el suelo» y en los mencionados pueblos era más punitivo pues se especificaba lo siguiente: «prohibido blasfemar, bajo multa de 500 pesetas» lo cual, como diríamos hoy, era «un pastón» y eso si no iba acompañado de una bofetada o bofetón que algún miembro de la benemérita te proporcionaba por imperativo legal y sin derecho a replica. También es cierto que las cosas hay que recordarlas en el contexto de la época en que tenían lugar. Es de justicia reconocer que los muchos que conocí se puede decir que eran como el resto de la gente, si bien la disciplina que le era impuesta, hacía que también ellos la impusieran a los demás. Contaría muchas situaciones que conocí como, por ejemplo, cuando un guardia civil que tenia una novia en León ciudad, creo yo, y tenía que cambiarse de ropa en mi casa, pistola incluida, que con mucho cuidado guardaba mi madre bajo llave una vez que le había hecho descargar hasta la última bala de la recamara. Qué buenísima persona era aquel guardia que, como a toda la guarnición del puesto, no debía de tener descanso salvo cuando el servicio o el comandante de puesto se lo permitían. Era muy duro vivir en aquellas casas cuartel, conviviendo sin comodidades con, quieras o no, las otras familias de los compañeros y estar siempre dispuestos a levantarte de la cama ante cualquier eventualidad a la hora que fuera. Me llamaba la atención el ver que, a la mayoría de los guardias que conocí, se les notaba la marca del tricornio en la frente, el cual solo se lo quitaban casi solo para dormir o estar en casa, y todo ello por un módico sueldo que, gracias al economato y a la vivienda gratis en la casa cuartel, les permitía sacar adelante a la prole, que solía ser mucha por entonces. Yo conocí a un matrimonio, él guardia, y junto con su mujer, eran la bondad hecha persona, con un hijo casi recién nacido y que, creo recordar, al no ser de aquí no tenían quien apadrinara al hijo a la hora de bautizarle a lo que mi padre, conocedor de la buena gente que eran, se brindó sin problema alguno. Hoy aquel niño ya estará en la edad del júbilo y recordará lo que sus padres le habrán dicho sobre quién fueron sus padrinos.
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