30/01/2021
 Actualizado a 30/01/2021
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Las convenciones de género en el cine consisten en la repetición de ciertas situaciones que el espectador ya espera y acoge con gusto. En la vida, sin embargo, lo deseable es que aprendamos de nuestros errores porque, de lo contrario, caemos en una suerte de «día de la marmota».

Todos recordamos películas como ‘El Coloso en Llamas’ o ‘Titanic’, ejemplos de cine de catástrofes en los que siempre hay un interfecto que en el peor momento trata de salvar su vida pasando por encima de los demás.

Este tipo de personaje, inmune al ridículo y carente de cualquier atisbo de dignidad ante la muerte, es una convención de género. Al comenzar esta clase de películas podemos ir barajando quién se lanzará al bote salvavidas al grito de «vamos a morir todos».

Son personajes que están en las antípodas del héroe o del «jicho de la película» como decimos en León (vocablo inexistente para el resto del mundo y también para la RAE). El héroe no sólo actúa movido por la responsabilidad sino por convicción y por una integridad recóndita que sostiene su vida.

Actualmente el cine (salvo honrosas excepciones) se ha ido mimetizando con los comics y los videojuegos de forma alarmante. Héroes y villanos resultan igual de planos y terminan pareciéndonos lo mismo, o peor aún, son más seductores los villanos en contraste con sus antagonistas, puro relumbrón y gazmoñería.

En la vida está pasando algo por el estilo. Recientemente se ha dado a conocer que ciertos políticos, militares y funcionarios han recibido ya la primera dosis de la vacuna sin pertenecer a grupos prioritarios.

El estupor es generalizado, pero si lo pensamos, este gesto de egoísmo supino es habitual en la vida cotidiana. A diario se producen altercados en colas de mercado, transportes y administraciones públicas, en las que el avezado de turno rodea la fila y se ubica justo delante de los que llevan horas pingüinizados a la espera. Incluso en la cola para comulgar he visto adelantamientos de una sagacidad incomparable.

El caso es que en España estamos siendo testigos de una yincana insólita al objeto de obtener la vacuna. El guion no cesa de plantear nudos inesperados y giros alucinatorios. La realidad se acerca hoy más a Lynch que a David Lean.

Estas personas veloces, vivos representantes de la convención de género, han aprovechado para recibir el pinchazo correspondiente antes que nadie. Lo malo es que la consecuencia de la gesta puede ser literalmente mortal para otros.

Al hilo de la teoría del guion, si lo que quisiésemos fuese remarcar lo indigno de este comportamiento, solo tendríamos que ubicar la secuencia del interfecto vacunándose fundida con la de un enfermo de covid agonizando.

En definitiva, si la vida fuera una película, el comportamiento de estas gentes sería un matiz interesante del guion, pero ya que no lo es, el hecho reviste la gravedad que le corresponde y no me ha gustado nada el clímax de este acto.
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