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Procesionarias

31/03/2019
 Actualizado a 07/09/2019
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Esta primavera, o espabilan las autoridades leonesas y las cofradías de más renombre, entre ellas la sublime Del Cristo Yacente de la Santa Urna de Benavides de Órbigo, o la celebridad se la va a llevar todita una cofradía de pequeños animalejos poco devotos pero muy de ir ordenados uno detrás de otro e induciendo al calvario.

Las orugas procesionarias, esos bichos peludos y atigrados, que moran en los árboles y provocan urticaria y reacciones alérgicas, se están convirtiendo en la plaga peninsular de más fama desde la del topillo a mediados de los 2000. Por ello, grandes esfuerzos están haciendo las secciones de jardinería y medio ambiente de los ayuntamientos, León incluido, en conseguir diezmar su población, que no exterminarla.

Sorprende la cantidad de titulares que están acaparando esta temporada las procesionarias, ya que nunca se les prestó la más mínima atención. Quizá porque hasta ayer mismo se las conocía con el nombre mucho más vulgar de ‘gatas’, y este no tenía tirón mediático. Oruga ‘gata’ no es lo mismo que ‘mosquito tigre’, no predispone de la misma manera para la fama. Aunque puestos a enfrentar capacidades, como en el programa aquel de traca en que ponían cara a cara a un oso polar y a un león de la sabana, no sé yo entre la procesionaria y el mosquito cual sería más dañino. Si ante la tenacidad de estos se sabe que no hay repelente ni permetrina que valga (si acaso ir acompañado de alguien más apetecible que uno mismo), aquellas se mimetizan tan fácilmente con el árbol y son tan suaves las cosquillas que regalan durante los primeros segundos que decir traicioneras es poco.

Pero su tan elevado poder destructor para mí es una novedad. Cuando éramos críos las veíamos en las paleras (o sauces blancos, si les aburren los nombres vulgares) y nos daban repelús. Pero no pensábamos que fuesen a provocarnos un sarpullido mucho mayor que el de un roce con hortigas. Cierto que no valía lo de dejar de respirar, como con las hortigas, porque al contacto de sus pelillos con la piel el mal ya estaba hecho.

Conclusión: o esto es culpa del cambio climático, con sus inviernos sin lluvia, y esta plaga supone una verdadera y novedosa situación de emergencia sanitaria, o todo es una campaña orquestada por las plataformas de detractores de la Semana Santa, que quieren posicionar en las primeras entradas de los buscadores a la ya celebérrima oruga cuando los devotos buscan la siguiente ‘procesión’.

O puede que la primavera nos confunda, como a aquel la noche.
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