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Prisciliano García Gaitero, in memoriam

18/08/2019
 Actualizado a 17/09/2019
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He enjugado lágrimas de emoción tras saber que el BOE ha publicado la lista de muertos españoles en los campos de exterminio nazi de Mauthausen y Gusen, reviviendo las derramadas cuando visité por primera vez tales lugares de ignominia.

Inscritos o no en esa lista, padecieron en estos campos 35 leoneses, entre ellos Prisciliano García Gaitero, al que he dedicado muchas horas para averiguar su peripecia vital (vid. ‘Mi vida en los campos de extermino nazis’, Edilesa, 2005). Nuestro paisano fue un semisobreviviente, pues la secuelas eran tan graves tras su liberación por las tropas estadounidenses en Dachau, su última reclusión, que al cabo de cuatro años acabaría su vida en Fontenay-sous-Bois bajo una lápida con la inscripción ‘Mort pour la France’.

De todos los leoneses que pasaron por los dos mencionados campos de exterminio nazis, Prisciliano fue el único que ha dejado amplio testimonio escrito de su paso por los mismos. Nacido el 28 de julio de 1910 en Carbajal de Fuentes, al quedar huérfano de padre emigró a Mieres. Muy joven entró a trabajar de rampero en la mina. Alistado en el Partido Comunista, nada más estallar la guerra civil se alista en el ejército republicano. A la caída de éste, aprovecha la confusión reinante y se enrola voluntario en un batallón de trabajo del bando nacional que opera en Huesca. Pero al tener noticias de que están buscándolo en Asturias y que incluso han encarcelado a su madre para que se entregue, escapa a Cataluña. Ante la inminente derrota republicana recala en Francia. Tras pasar por un campo de concentración francés, trabaja como jornalero en distintas granjas desde las que envía varias postales a la familia. En una de ellas expresa el deseo frustrado de viajar a Méjico. Apresado por los alemanes el 21 de junio de 1940 en Voves, a cien kilómetros de París, viaja durante tres días en un vagón de ganado en condiciones infrahumanas a un campo alemán de concentración cerca de Bremen del que es trasladado a Mauthausen el 28 de febrero de 1941, y de ahí a Gusen, donde verá morir a sus compatriotas más íntimos, estando él mismo a las puertas del crematorio al haber contraído una tuberculosis ósea que será la que acabará con su vida. El 8 de noviembre de 1942 es trasladado a Dachau, cerca Munich, en cuyo campo recibirá la ayuda del también recluso Hans Landauer, brigadista internacional austriaco. De Dachau saldrá liberado el 29 de abril de 1945. Vuelto a Francia, Prisciliano consigue la protección de un matrimonio francés que le acoge como hijo y le dispensa todos los cuidados, junto con la canadiense Mildred Fahrni, su otra ‘madrina de guerra’. Trabaja en una mercería y en la confección de pantalones, hasta que el agravamiento de su enfermedad hizo necesaria la hospitalización en el sanatorio de Brevannes, donde falleció el 30 de junio de 1949, a los 39 años.

Prisciliano nos dejó un diario de su paso por los tres campos de exterminio nazis, con el único objeto de denunciar lo que en ellos vivió. El cuadernillo lo recogió su madre, Valentina, cuando se trasladó a Francia al saber que su hijo se le moría. No llegó a verlo vivo, pero trajo con ella a España, como si un pedazo aún de vida de su hijo se tratase, oculto entre el vestido y los pechos que lo amamantaron, ese conjunto de vivencias que Prisciliano escribió mientras luchaba por agarrarse inútilmente a la vida. Y como no murió dentro de los campos, su familia no pudo acogerse a la indemnización que la R.F. Alemana estableció para las víctimas de la persecución nazi.
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