27/06/2019
 Actualizado a 19/09/2019
Guardar
Llevo varios día atenazado por la estomagante sensación de que hay demasiadas personas que se creen todopoderosas y piensan que son el principio y el fin de todo lo que nos rodea. Les ocurre a algunos de los históricos aficionados a los toros, que crecían siete u ocho centímetros en los días de corrida y que han desaparecido en cuanto han visto que ya no son el niño del bautizo, el novio de la boda, el muerto del entierro y el sheriff en el acceso privilegiado a la plaza. Y, claro, como ya no están ellos, la feria ha pasado a ser una mierda, los aficionados han pasado a ser unos catetos y el mejor sitio para ver los toros ha pasado a ser cualquiera que no sea León. También hay artistas locales que se creen el principio y el fin de las fiestas de la cuna de la democracia y que al día siguiente de su actuación ya están preparando la del año siguiente, dando por supuesto que van a volver a dejarles que atenten contra el oído de los pacientes leoneses. Y si alguien trata de decirles que ya estuvo bien, que todos conocemos de sobra su talento, harán guardia horas y horas a la puerta de algún despacho hasta que consigan su ansiado hueco en el próximo programa. Y no puedo dejar de acordarme de aquellos gestores de la cosa pública que se creen el principio y el fin de su partido y que se van por el mero hecho de que no se atiende a sus intereses particulares. Y ver la que se está montando porque los naranjitos se están ciñendo por una vez a lo que dijeron en la campaña electoral me lleva a pensar que el principio y el fin de nuestra democracia están en un estercolero.
Lo más leído