23/03/2023
 Actualizado a 23/03/2023
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Ya llegó la primavera con toda su majestuosidad y todos sus tópicos: que es la estación de los enamorados, que es el momento en que la naturaleza renace cual Ave Fénix de sus cenizas, que si «ya es primavera en El Corte Inglés» y todos, como borregos, tenemos que gastar los dineros que tanto nos cuesta ganar en perfumes, calzones y trajes ‘fasion’.. La primavera también trae consigo, ineludiblemente, las alergias; y la Semana Santa, que es un sin dios, por lo menos en la ciudad de León del que sólo es posible huir si no quieres volverte loco. En esos días, León es como el monte de mi pueblo los días de cacería: un coto cerrado en el que manda y hace lo que le da la gana una minoría; y los demás, a jodernos y aguantarnos. Pero, a pesar de todo, la primavera tiene muy buena prensa, merced a los poetas y a unos cuantos juntaletras ordinarios, que le dan un pábulo que, sin duda, no se merece. La primavera no es la Estación con mayúsculas del año; es una más, tan importante como las otras tres, pero no la más importante. Además, si lo miramos desde un canon de belleza, por lo menos en esta tierra, sería el otoño la guay, la fetén, la que nos deja a todos con la boca abierta. Y es que el invierno, aquí, es largo como una semana sin pan; y de pan duro, además, que deja retales hasta bien entrado el mes de abril, con sus aguas mil; incluso hasta mayo, con las heladas tardías que arrasan la fruta. Aquí, como dice el refrán, el invierno termina el 40 de mayo, que manda huevos. Y si encima eres agricultor, la cosa se complica. Se tiene que preparar la tierra, la siembra y no se para en todo el día. Si hacemos un poco de historia, recordando como era todo hace cincuenta años (antes de ayer, como quien dice), nos daremos cuenta de lo duro y macabro que era el oficio: soportar estoicamente los aires de marzo, heladores como ellos solos, las lluvias de abril, siempre frías, mientras arabas con un tractor sin cabina o con la cabina abierta por detrás y sembrabas la menta o el plantón de la remolacha a pelo, con una pelliza como única protección ante los elementos, te das cuenta que mis padres o mis abuelos (y los de todos), eran de verdad héroes silenciosos, sufridos hombres y mujeres a los que no se les ponía nada por delante. Hoy, gracias a la PAC y otras trampas similares, los tractores son cápsulas espaciales dotados de todas las comodidades habidas y por haber. También es cierto que el pobre labriego que quiera iniciarse en el oficio y que tenga que comprar toda la maquinaria, se endeudará hasta el día de su jubilación o más allá. Un trasto de estos, hoy, cuesta, más o menos, mil euros por caballo de potencia que tenga. O sea, un tractor de doscientos caballos, doscientos mil del ala, a los que hay que sumar otro tanto de todos los accesorios, sembradoras, sulfatadoras, arados, remolques, gradas y todas las demás zarandajas que se necesitan para ser un agricultor eficiente. Lo que digo: esta pobre gente es como el Estado con lo de la deuda pública, esa que acabarán de pagar, con suerte, mis nietos.

Además, hay primaveras y primaveras. No es la misma en el Bierzo o en los vecinos Arribes que en Valdeón o en medio del secarral de la meseta leonesa, abierta a todos los demonios, sin protección de ningún tipo que nos ayude a soportar los vendavales, la lluvia racheada o las heladas que no tienen misericordia con nadie, ni siquiera con la tierra, que, despertada de su sueño invernal lo hace como en medio de una pesadilla de las que dan mucho miedo.

Pero hay que tener paciencia; la primavera pasa y llega el infierno del verano, dónde hasta los lagartos tienen que pedir el botijo y un poco de sombra porque son incapaces de soportar el fiero sol, la sed y la fatiga. Vivimos en una tierra desagradecida, radical y caprichosa. Recuerdo lo que decía el bueno de Victoriano Crémer, aquello de «el clima de León es propio de bueyes y algún que otro canónigo». ¡Y lo decía un burgalés, que también tienen lo suyo! Pero estoy seguro que él no se dejaba engañar con la tontería de la primavera, o lo hacía lo justo para escribir algún soneto espectacular o algún cuento que te desgarraba al leerlo... Lo dicho, mucha propaganda y poca sustancia.

A lo mejor, y a pesar de todo, es bueno vivir en una tierra de contrastes, de todo o nada, de belleza sin igual o de desesperanza. En esto, nuestra tierra, se parece mucho a los políticos que tenemos que soportar..., y votar. Nos venden humo un día sí y otro también y nosotros, cuitados, los hacemos caso porque creemos que después de algo malo es imposible que venga algo peor. Y, sin embargo, llega, como una estación o como una pena que llevamos como podemos, de mala manera, casi sufriendo. Es lo que da el campo...

Salud y anarquía.
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