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Prever lo imprevisible

30/01/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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En mi tranquila y cambiante vida, que ya empieza a ser como la sombra del ciprés, ¿qué es lo que más me ha costado aprender? ¿Qué es lo que nunca me han enseñado, ni advertido, ni estimulado a desarrollar? Hay una larga serie de verbos que deberíamos aprender a conjugar, a practicar, y esto también podría enseñarse en la escuela: atisbar, avizorar, precaver, alertar, reparar, percatarse, fijarse, observar, prevenir. Desarrollar esa capacidad oculta que a veces llamamos intuición, corazonada, aprensión, sobre aviso: o sea, llegar a prever lo imprevisto y hasta lo imprevisible. Sí, lo sé, esto es un imposible, una contradicción lógica, pero aceptemos la paradoja.

Me refiero a conocer de antemano, a sospechar o suponer que algo puede ocurrir, observando y percatándonos de señales o hechos que están a nuestra vista o alcance y que, de no tener desarrollada esa facultad observadora-anticipadora, acabará pillándonos por sorpresa, a veces con efectos demoledores. Esto vale tanto para nuestra vida personal y diaria como para la colectiva, esa charca en la que nos movemos y agitamos como renacuajos.

Nos cuentan que hemos venido a este mundo para ser felices, y pensamos que la vida plena es aquella que acumula experiencias positivas, que avanza en línea recta hacia objetivos cada vez más elevados y gratificantes; que el fin de la sociedad es progresar ininterrumpidamente, alcanzar cada vez un mayor nivel de bienestar, comodidad, placer, consumo. Necesitamos creer que todo lo que nos rodea estará ahí mañana, cuando nos levantemos, y que si algo se altera superficialmente, pronto volverá a ser como antes, sólido y seguro. Al mismo tiempo, aborrecemos la rutina, anhelamos la novedad, nos gustan los cambios, que siempre identificamos como progreso.

A mí me parece que este modo de encarar la vida, el presente y el futuro, tiene un fallo, comete un error tremendo porque no introduce un elemento que forma parte esencial de nuestra vida y del mundo: el principio de incertidumbre, eso que ya Heisenberg descubrió en el corazón mismo del átomo. Este principio no es nuevo. Fernando de Rojas, en ‘La Celestina’, ya lo expuso de forma admirable. Citando a Heráclito dice que «todas las cosas ser criadas a manera de contienda o batalla». Y traduciendo a Petrarca: «sin lid y ofensión ninguna cosa engendró la natura, madre de todo». Toda guerra o contienda se caracteriza por la imprevisión de su comienzo y la incertidumbre de su resultado.

Todas las convulsiones de la vida política actual confirman la validez este principio de incertidumbre. Vean a Podemos cómo se desmorona, cómo avanza VOX, cómo el PSOE se tambalea ante el desconcierto de sus electores, cómo Cs titubea y es incapaz de prever las consecuencias de su propia inconsistencia, cómo el PP, por más aspavientos aznaristas que haga, no es capaz de reconocer (y corregir) su culpabilidad en este llevarnos hacia al abismo, ese agujero negro que, aunque invisible, es un hecho previsible. ¿Qué fue de aquella paz?, diremos un día. ¿Qué será de la paz de ahora, de la que todavía gozamos?

Volvamos a ‘La Celestina’. «¿Cómo no gocé más del gozo? ¿Cómo tuve en tan poco la gloria que entre mis manos tuve?», se lamenta Melibea ante el cráneo destrozado de Calixto. Y extiende su reflexión: «¡Oh ingratos mortales, jamás conocéis vuestros bienes sino cuando de ellos carecéis!»

Sí, lo que más me ha costado en mi vida ha sido aprender a prever lo imprevisible, el contar conque el mal, la maldad, la mezquindad, un agujero negro de egoísmo, envidia, desprecio, engaño y traición, anida en el corazón de cualquier ser humano, y que, si eres capaz de observar y atender a las señales invisibles de esa energía oscura, podrás al menos prepararte para el golpe, volverte, no inaccesible, sino transparente para que esa energía siga su camino y no se instale en ti.

Creo que la vida es un misterio insondable, y que para vivirla y gozarla intensamente, es necesario aprender a sufrir los embates de lo imprevisible; que necesitamos no sólo tener experiencias felices, sino dolorosas, adentrarnos en abismos inimaginables, porque sin conocer esos infiernos, jamás podremos valorar la paz, la justicia, el bienestar, la verdad, el amor y la amistad.

La vida es corta, aprender a prever lo imprevisto es tan necesario como respirar. No a evitar lo imprevisible, sino a contar con ello. No a estar en un permanente y agotador estado de desconfianza y alerta, sino de lucidez, de desapego, de libertad de pensamiento. Todo puede siempre ir a peor, sí, pero también a mejor. Prever y prevenir, no tenemos otro camino.
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