11/12/2019
 Actualizado a 11/12/2019
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Nuestros hermanos portugueses, al referirse a los productos del cerdo, le dicen «presunto» que de otra manera, sería una especie de grosería. En la misma línea, los italianos dicen «prosciutto». Lo que viene a ser: «Ya sabes a qué me refiero, pero no hace falta decirlo». Menos prejuicios tenemos en León que, entre todos los nombres, que el animal recibe, según su origen, tenemos uno propio y exclusivo: «El gocho».

Un animal del que todo se aprovecha y come de todo. Antes, las sobras de la comida, de cualquier componente que fuera. Yo recuerdo la lata sobre la lumbre, donde se hervían las mondas de las patatas, para engordarlos. Para más gloria de éste, se dice que el consumo de sus productos es saludable y sus abundantes grasas no son nocivas para la salud. Entonces ¿por qué tanto odio para este animal a quien tanto debemos?

Los vecinos de Tábara se han levantado, unánimes, a la protesta por el establecimiento de una macro granja que cebará seis mil cerdos. Y es que con demasiada frecuencia se piensa en los pueblos –aunque campo sobra– para instalar empresas indeseadas. Pasó con el reciclado de neumáticos en Ardoncino, el basurero de San Román o los pantanos que, amenazan a Carrizo de la Ribera.

Sin embargo, hay otros pueblos dispuestos a recibir lo que sea, con tal de despuntar. El no va más, Cubillas de Rueda, que adecentó el camposanto para recibir los restos de Franco. Igual de Indeseable es un cementerio nuclear, sin embargo, hay bastantes pueblos de la comunidad, ansiosos por acogerlo, y seguir viviendo. Un incordio, desde luego, y peligroso. Pero también es peligroso el tabaco, y seguimos fumando. Además, la radioactividad no se ve, ni se nota, ni afea el paisaje, ni huele… y en eso, los gochos están en desventaja. Como es natural, en primera instancia, no es un plato de gusto. Aunque, una vez despiezado y bien curado, no tiene parangón. No creo que en Tábara haya muchos veganos, ni le hagan ascos a un buen plato de embutidos.

La cuestión es peliaguda porque la Junta no sabe, no contesta. Como último recurso, los tabareses han acudido al Procurador del Común –¡qué miedo!– lo que viene a significar que, definitivamente, se quedan con la pestilencia en el pueblo.
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