22/01/2023
 Actualizado a 22/01/2023
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Se me pasó hablar del Prestige. 20 años ya. Cuando la protoconectividad a través del móvil y el internet a pedales. Uno de esos acontecimientos que marcan a una generación. Las llamadas diciendo «que nos vamos, vente». Las fiestas en casas que acababan al día siguiente cogiendo un autobús de ocho horas para plantarse a recoger chapapote. Los reportes por SMS desde el lugar de los hechos para quienes no pudimos ir. Las amistades imperecederas en torno a una hoguera y unas birras con el mono blanco manchado de marrón oscuro. Las imágenes por televisión de los pajarines empapados de gasoil y el ‘jipi’ aquel de la Costa da Morte que se murió de pena. La sensación de Erasmus mucho más digno y menos nihilista. La indumentaria guardada en un armario de casa, como si fuese el traje de boda, para sacarla todo el mundo los carnavales siguientes y reconocerse: tú también estuviste ahí.

He visto algún especial del 20° aniversario. Se centran en la depuración de responsabilidades, en la sucesión de los hechos, en las consecuencias devastadoras para la Naturaleza. Todo cosas necesarísimas y que hay que volver a ellas las veces que haga falta, pero que dejan a un lado algo como las memorias de quienes estuvieron allí. Porque la memoria –volvemos a este tema– nunca es singular. Se ve, por ejemplo, en cómo se empiezan a contar ahora acontecimientos como la Guerra Civil. Es más complicado de asimilar y más cansado de contemplar que cuando nos ofrecen un relato unívoco. Nuestro cerebro, ya lo sabemos, tiende a simplificar para no calentarse demasiado. Y agradece que la Historia tenga un comienzo, un desarrollo y un desenlace. Pero nunca es así.

Un desastre ecológico deja efectos físicos, políticos y morales. Pero por mucho que el escritor francés Édouard Louis diga que lo ‘macro’ influye en tu biografía más que lo ‘micro’, aquí se defiende lo contrario. Aquel chaval que sintió que estaba arreglando el mundo a cambio de limpiar la cochambre de un petrolero hundido tiene más que decir que mil libros con testimonios de los implicados directos en la toma de decisiones de aquel drama. Las sensaciones de irrealidad o de pasar el rato porque no hay cosa mejor que hacer dejan una huella indeleble. Y sucede que quien ha experimentado sucesos dramáticos en primera línea parece menos ‘marcado’ por estos que por aquellos dos días en una playa batida por el oleaje.

No fui a lo del Prestige. Y mira que quería, me cago en mi vida. Quitar chapapote y todo eso. Aún así, esa ausencia dejó un rastro en mi vida casi tan intenso como quien estuvo con el mono blanco.
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