21/04/2022
 Actualizado a 21/04/2022
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Hay una doctrina política llamada la «“el presidente loco», qué vivió su apogeo durante el segundo mandato del presidente Nixon. Consiste, esencialmente, en hacer creer a tus enemigos que el que manda sobre el botón nuclear está como una cabra y muy dispuesto a usarlo. Nixon así se lo hizo creer a los vietnamitas, a los chinos y a los rusos, cuando parecía cantado que los Estados Unidos se iban a pirar del sudoeste asiático con el rabo entre las piernas, sólo para conseguir una posición de fuerza en la mesa de negociaciones. No lanzó ninguna bomba nuclear, gracias a Dios, pero destrozó Vietnam, Camboya y Laos, arrojando más bombas convencionales sobre estos países que las que utilizadas en la segunda Guerra Mundial. Nixon tomaba tranquilizantes a paladas, empujados con güisqui en vez de agua, y, sí, estaba muy loco; por eso acabó como acabó. También se dijo lo mismo sobre el anterior inquilino de la Casa Blanca, el presidente Trump, pero da la casualidad de que fue el mandamás americano que menos utilizó su poder militar. Tanto Obama como Clinton lo hicieron a mansalva y al primero le concedieron el Premio Nobel de la Paz... Vivir para ver...

En la guerra de Ucrania parece que se a vuelto a poner de moda esta teoría. Putin, según los occidentales, está dispuesto a usar su arsenal, enorme arsenal, de armas nucleares para derrotar a los ucranianos. Putin, por supuesto, está loco, eso lo damos por sentado y no admite réplica. Pero es curioso que el calificativo de «presidente loco», no parta del lado agresor, sino del agredido. Es la primera vez en la historia en que se cambian los papeles. En cambio, los occidentales, somos, en este caso, unas hermanitas de la caridad, que lo único que hacemos es armar a los ucranianos para defenderse. A raíz de esta política, el antiguo asesor de seguridad de la la primera ministra alemana, la señora Merkel, advierte que esta forma de actuar puede llevarnos a un enfrentamiento directo con los rusos, con las previsibles consecuencias que tomos tememos: el holocausto... No es el primer militar que nos lo cuenta. El coronel suizo Jacques Baud, asesor de las Naciones Unidas en asuntos de inteligencia y contrainteligencia y el coronel Pedro Baños, el leonés del barrio del Crucero, también han escrito sobre este desbarajuste. Al coronel Baños, los atlantistas lo han amenazado de muerte por decir lo que piensa. Esa gente no admite divergencias en la opinión dominante, que es la que ellos nos han metido a calzador. Quién discrepa de ella es marcado con una señal o un estigma, como hacían los nazis con los judíos.

Vuelvo a decir, como lo he hecho anteriormente desde estas mismas páginas, que uno cree que Putin se equivocó cuando invadió Ucrania. Pero también es cierto y verdad, que ha tenido que aguantar, hasta más allá de lo soportable, una política de agresión directa por parte de la Otan a sus intereses vitales. La Otan ha humillado a los rusos todos los días desde que cayó el muro de Berlín, cercando Rusia de bases militares hasta casi la puerta de entrada al país. Si esto hubiera ocurrido al revés, si los rusos hubieran instalado sus bases en México o en Cuba, esto, la vida en el planeta tierra, hace tiempo que se había ido a tomar por el culo. Es estúpido provocar a un país que tiene, una más o una menos, más de seis mil bombas atómica.

Zelenski, el Puigdemont ucraniano, un tonto útil más en la historia, se ha crecido y piensa que puede dar lecciones en sus homilías a lo largo y ancho de los parlamentos occidentales. Ya se pasó veinte pueblos cuando señaló a tres empresas españolas como colaboradoras de Putin, (¿pero quién se cree que es para hacerlo?), pero con los alemanes se ha pasado más todavía y es un error estratégico enorme: sólo a un payaso se le ocurre criticar a un país que es la mayor potencia económica europea. Además, los alemanes son muy rencorosos. No perdonan ni una y, en el momento adecuado, le harán pagar su arrogancia. Este pollo, un payaso, que nunca se nos olvide, tragó el anzuelo de los americanos y se ha encontrado con algo que nunca imaginó, ni en sus peores pesadillas. Su país, Ucrania, está devastado, y la caída del Producto Interior Bruto ya es del 45 por ciento, una barbaridad. Además, ni jarto de coca entrará en la Otan, que lo tenga por seguro. ¿Qué obtendrá, entonces, a medio plazo? Miseria, hambre y dos provincias, las más ricas e industrializadas del país, independientes o en manos de su archienemigo. Hablando en castizo, conseguirá un pan como unas hostias. Y deberá miles de millones de dólares o de favores a los que le han abastecido de ‘armas defensivas’. O qué creía, ¿qué los occidentales se las iban a dar gratis? Volviendo al casticismo, ‘los favores, se pagan’.

Salud y anarquía.
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