Pou: "Ahab es un personaje de una altura shakespeariana"

José María Pou regresa doce años después de su último paso por León con uno de los mayores retos de su carrera de actor, como es dar vida en el escenario al mítico capitán Ahab de ‘Moby Dick’

Emilio L. Castellanos
09/05/2019
 Actualizado a 18/09/2019
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El romance que sostienen José María Pou y el arte teatral lo avalan los más de cincuenta años, «nunca he estado parado», que el artista catalán lleva entregados a su vocación actoral. «El teatro es mi forma de vida, mi razón de ser. No me veo haciendo otra cosa. El teatro es para mí una manera de contar historias, de comunicar, de provocar reflexiones y emociones en el público…», asegura rotundo uno de los actores españoles de mayor culto y al que nadie discute su predicamento. En su dilatada biografía menudean proyectos de toda clase e intención que dignifican una trayectoria incuestionable que eleva a condición púrpura el oficio de actor. «Soy muy consciente de que el teatro y el oficio de actor dentro de él pueden contribuir mucho a eso que llamamos el bienestar, el progreso…… y también de que he elegido siempre un espectáculo en base a esa función que debe tener el teatro, que es la de colaborar en el progreso de la humanidad y de los ciudadanos, en su bienestar, en su reflexión. Es una manera de definirme a mí a mismo dentro de una comunidad. Así he entendido siempre el teatro. Por eso, he hecho un tipo de espectáculos a veces no demasiados fáciles para el público pero que invitaran siempre a una reflexión y a una elevación. Mi propósito principal es que el público salga de mis espectáculos siendo un poco mejor persona, mejor ciudadano, de lo que era al entrar, que el tiempo del espectáculo le haya servido para reflexionar y sacar algo positivo para su vida, su convivencia…».

La adaptación al escenario que Juan Cavestany realizó de la obra cumbre de Herman Melville, ‘Moby Dyck’, y a cuyo servicio puso su talento el director Andrés Lima constituye el nuevo paso adelante en la carrera de Pou. Estrenado a comienzos del año pasado, el espectáculo vive ahora mismo una intensísima gira que este jueves toma asiento en el Auditorio ‘Ciudad de León’ (21 horas; entradas a 27 €) y propicia el reencuentro del actor catalán con el espectador leonés doce años después de su último paso por León con ‘La cabra’. José María Pou recibió hace ya más de una década la propuesta de encarar un proyecto así y ahondar en las posibilidades de un personaje tan superlativo y mítico como el capitán Ahab, «el más complicado que he hecho en mi vida, seguro». Finalmente, él acabó sumergiéndose, «creo que era el momento», en una propuesta que, nacida del texto narrativo de Melville, adoptó lenguaje teatral. «Pertenece a las grandes obras de la literatura universal. Todo el mundo cree conocerla porque tiene referencias de aquella famosa película de Gregory Peck y, en una etapa juvenil, ha leído alguna de las muchas versiones reducidas de la auténtica novela. Se concibe como una novela de aventuras marinas, pero Moby Dyck es mucho más que eso. Es, de entrada, uno de los grandes libros de la historia de la literatura comparable, y así lo atestiguan algunos críticos, con El Quijote e incluso con La Biblia. Hemos querido contar esa historia en la profundidad de una gran novela de más de novecientas páginas y sobre todo a través de la figura del capitán Ahab».

La historia del capitán Ahab nace realmente cuando, en un lance con una ballena blanca, esta le mutiló dejándole sin una de sus piernas. Humillado por aquel accidente, decidió vengarse catapultando una obsesión que devino en desvarío. «Querer vengarse de la propia naturaleza es una locura. Con los años, ese sentimiento de venganza se le va pudriendo y cuando zarpa para dar caza a la ballena blanca es ya un loco peligroso y egoísta que no duda en arrastrar a toda una tripulación y llevarla a la muerte empujado por esa obsesión». El relato de Ahab, tal como refleja Pou (que comparte escenario con Jacob Torres y Oscar Kapoya), puede extrapolarse a la propia realidad y quedar sujeto «en esos líderes de todo tipo que, por ambiciones puramente personales, arrastran a pueblos y generaciones enteras a guerras y conflictos». «Cada espectador debe extraer de la función lo que él crea conveniente de acuerdo a las preguntas que se hace y las respuestas que necesita. Que cada cual le busque la aplicación que pueda tener a una situación determinada.

No seré yo quien le condicione», concluye Pou

«Vivir ese enfrentamiento con la ballena blanca, aun sabiendo los espectadores su trágico final y el carácter suicida de ese viaje, supone una aventura teatral impresionante», indica José María Pou, quien, al mismo tiempo, reconoce que «no es un espectáculo fácil, que requiere de una predisposición del público, que, y así lo seguimos comprobando, sale no sólo emocionado sino conmocionado». Desde luego, el capitán Ahab no resulta un personaje sencillo y abordar su complejidad y sus numerosos recovecos ha constituido una tarea exhaustiva para su intérprete. «Es un personaje de una altura shakespeariana, con mucha riqueza interior y con un magnetismo de héroe. Analizándolo en el proceso de ensayos, te das cuenta de que es un personaje muy antipático. Es un malo. Yo no estoy nada de acuerdo con la actuación del capitán Ahab y el público tampoco lo está con lo que hace. Sin embargo, es curioso cómo un personaje aparentemente negativo tiene algún misterio que lo hace especialmente atractivo, probablemente su madera de héroe, su determinación. Y esa madera de héroe es la que más me ha cautivado y me ha ayudado a crear este personaje grandioso. Desde ese punto de vista lo he ido creando muy duramente, junto con el director, Andrés Lima, a partir de un texto que no es nada nada fácil». Además, la exigencia física se añade a las otras que se citan en un personaje definido por una pata de palo que dificulta sus movimientos y cuya presencia escénica resulta permanente. «Cavestany ha decido en su versión contar la historia de Moby Dyck a través de los ojos del capitán Ahab. Eso quiere decir que el espectáculo es agotador para el actor que tiene que interpretar al capitán porque está presente en escena continuamente con largos monólogos. Se trata del papel más agotador físicamente que yo he hecho en mis cincuenta años de carrera y hay que tener en cuenta que me pilla ya con una edad avanzada en mi deseo de dejarme la vida en el empeño en cada función».

«Uno de los grandes tópicos del teatro y al mismo tiempo una de sus maravillas es que la función nunca es la misma», asegura un intérprete que huye en cada actuación de rutinas y comodidades, se somete a la alerta del imprevisto y el riesgo y se deja abrazar por el alma del público. «Algunos me preguntan si no me canso de hacer siempre la misma función. Y puede llegar a exasperarme tal cuestión pero también la entiendo cuando viene de gente que no forma parte del oficio. Cada vez que empiezas una función, y más una como esta de Moby Dyck, tienes la impresión de que te vas a tirar por un precipicio y nunca sabes cómo vas a llegar al final. Ese es el milagro del teatro. La función es un ejercicio en vivo en el que puede pasar cualquier cosa. Aunque el texto, las luces, el decorado, los actores… seamos siempre los mismos, hay algo que cambia en cada función y que es el elemento fundamental del teatro: el público, y es él el que conforma nuestra función. Con su disposición, su manera de respirar, su forma de prestar atención, con su apego o desapego hacia lo que está viendo… es el que hace que aquella función sea distinta a la del día anterior o a la del día siguiente. Si el público supiera hasta qué punto es responsable de que la función salga bien o mal a lo mejor se asustaría. Los actores tenemos la obligación de ver y estudiar la energía y la disposición que manda el público y conformar la función de cada día para ese público en concreto. Además, no sólo el público es distinto en cada función, también yo lo soy. Nosotros, como personas que somos, evolucionamos como tales. Yo nunca soy el mismo. Me pasan cosas diferentes y mi ánimo varía, y eso condiciona también mi trabajo».

Reconoce José María Pou que, aun hoy, cincuenta años después de su primera experiencia sobre el escenario, sigue viviendo el vértigo del teatro. «No voy a negar que después de tanto tiempo uno adquiere suficiente oficio para enfrentarse a cualquier empeño, pero al final el teatro es un hecho absolutamente imprevisible en el que no sabes qué puede pasar. Es algo totalmente vivo que compartimos los actores y los espectadores. Esa intranquilidad te mantiene vivo y forma parte de los riesgos del oficio. Además, a medida que pasan los años, hay algo que cada vez te angustia más: el sentido de la responsabilidad. Hay que corresponder a las expectativas que se han creado en torno a ti y en torno al espectáculo», concluye el gran actor catalán.
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