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Postcontemporáneos

14/11/2017
 Actualizado a 07/09/2019
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Postcontemporáneos es el último libro de José Ignacio Fernández Herrero, la persona que durante más de doce años me precedió en esta atalaya que en buena parte es dirigir las Comisiones Obreras de León. «Mi abuelo me llamaba Josepe de pequeño», me confesó el otro día, trayendo al hoy otro retazo más de ese ayer leonés del que cada vez queda menos, a ese hoy en el que todo el mundo (yo mismo) lo llama por su segundo nombre: Ignacio.

El compañero Josepe Ignacio es el ejemplo vivo de que vivir en esta tierra llena de complejos y pesimismo no está reñido con pensar con universalidad, utilizando conceptos válidos ya no solo para toda la clase trabajadora, sino para toda la humanidad. En este sentido, su libro es una profunda reflexión sobre los tiempos que vivimos y también una sólida presentación teórica.

Que estamos en los albores de una nueva era es la premisa primordial de este trabajo. La caída del Muro del Berlín, los atentados del 11 de septiembre, y la implantación global de internet, dice, son los hitos que algún día se verán como los actos inaugurales de una nueva Edad; referencias factuales tan útiles y necesarias como para otras edades del pasado lo son el fin del Imperio romano de Occidente o la caída de Constantinopla. No son, sin embargo, ninguno de ellos, acontecimientos constructores del cambio, más bien productos del propio cambio, así como del proceso histórico. Pensamiento líquido que lleva a las relaciones basura (tanto personales como sociales), individualismo, inseguridad anímica y de conocimiento, son algunos de los elementos, nos cuenta Ignacio en su libro, que podrían definir, si no lo evitamos, la nueva Era. En mi opinión, la prueba más decisiva de que ya somos post-contemporáneos es que ya no estamos pensando en nuestro tiempo, que ya no somos «contemporáneos». Nuestro tiempo, nuestro momento histórico, nuestra era, ya nos parece basura. Y solo añoramos otra que llegará. El peligro es creer, contaminados por el evolucionismo cultural, que, sin nuestra participación, necesariamente habrá de ser mejor.
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