19/02/2017
 Actualizado a 14/09/2019
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Una de las canciones más conocidas de Elefthería Arvanitaki, una magnífica cantante griega contemporánea, lleva por título ‘Dinatá, dinatá’. Que en traducción, tal vez discutida por algunos, significa ‘Posible, posible’. Elefthería tiene una voz de fuerte y hermosa sonoridad, dos calificativos que, junto a los de sugerentes y expresivas, se pueden aplicar también a las letras de sus canciones. Recordé la música y la letra de esta canción hace un par de días en Urueña mientras Luis Delgado tocaba con el saz turco una melodía sefardita conservada hasta la actualidad por aquellos descendientes de los judíos expulsados de España a finales del siglo XV y que volvieron a una diáspora que no por ser anunciada dejó de ser menos dolorosa. El recuerdo fluyó solo y tan libre que solamente después caí en la cuenta de lo poco políticamente correcto que era aunar en el mismo pensamiento lo griego y lo turco a pesar de las obvias semejanzas que a veces pueden establecerse entre ellos. Luis Delgado dejó el saz y tocó una cantiga de Santa María de Alfonso X el Sabio con el salterio. Después tocó una dulce melodía con un instrumento pastoril que era, básicamente, una caña de centeno. Luego le tocó el turno a una llorona, una zanfona, más tarde a un oud, un silbato de nariz y unos cuantos instrumentos más. Entre ellos el theremín, un instrumento electrónico que se toca sin llegar a tocar el instrumento, y que tiene un sospechoso parecido con una antena de televisión. Nada se resistió a este músico especialista en música medieval y andalusí que ha sentado sus reales en Urueña, donde se aúnan el libro y la música en un binomio que es, probablemente, único. Urueña es el ejemplo de idea, considerada por muchos disparatada, hecha posible. Eso es, exactamente, lo que canta Elefthería Arvanitaki: Dinatá, dinatá. Ginan ola dinata t´adinata. Posible, posible. Todo lo imposible se ha hecho posible. Tan posible como el Centro Astronómico de Tiedra donde, en el sosiego de la noche, Venus, Sirio, las Híades, Aldebarán, Marte o Betelgeuse parecen estar al alcance de la mano.
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