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Posdata sobre las tres beatas

26/06/2021
 Actualizado a 26/06/2021
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Había decidido poner fin al debate con la señora Unzeta sobre las tres beatas maragatas, pero por lo dicho en su último artículo sobre mi persona me veo en la necesidad de replicar. Antes aprovecho para pedirle perdón por añadir una ‘u’ a su apellido. Que el Señor me perdone por tan grave pecado. Para esta señora, además del ‘lapsus linguae’, soy empecinado, despreciador, falto de conocimiento, periodista, falto de interés, chistoso y reidor. No sé si a carcajadas ni de dónde saca ella esto último, si nunca ha visto mover la comisura de mis labios. Mujer, algo de ironía suelo poner en mis escritos. Para mí todo buen escritor debe de tener un punto de buen humor. Yo lo intento sin ofender cuando se trata de opinión, no de información.

No es verdad que yo desprecie a la señora Unzeta en los XXII artículos que ha escrito ultimamente en Astorga Redacción sobre el asesinato de su tía Pilar y las otras dos enfermeras beatificadas. Me parece un gran esfuerzo que hay que reconocer. Lo comprobará cuando salga mi artículo en ‘La Aventura de la Historia’. Va a ser una colaboración más en tan prestigiosa revisa sin que nadie haya puesto ninguna enmienda hasta la fecha. Por lo cual la señora Unzeta se ha pasado algunos pueblos al dudar de la importancia de la citada publicación mensual debido a ser yo una deshonra para ella.

En cuanto a mi profesión, la señora Unzeta se equivoca. Fui colaborador del Diario de León y ahora lo soy de La Nueva Crónica. Lo de periodista exige un título, si descartamos el simple hecho de escribir en un periódico. En cuanto a las titulaciones, soy licenciado y doctor en Filología Románica por la Universidad de Salamanca y Profesor Titular durante treinta años de Lengua y Literatura Portuguesa. A propósito de titulaciones, como la señora Unzeta lo sabe todo –pues presume de investigadora exhaustiva y aplaudida por media humanidad–, sepan los lectores que ha negado por escrito la titulación de antropóloga a la señora Lala Isla Ortiz en su crítica al libro de ésta ‘Las rendijas de la desmemoria’. Pero, eh aquí, que la señora Lala Isla ha enviado a Astorga Redacción una copia de su titulación como antropóloga para desmentirlo. Con esto y con lo anterior no me echo ninguna flor, simplemente soy un humilde capullo. Reconozco que, puestos a sacar pecho, es indudable que la señora Unzeta tiene bastante más que yo.

En cuanto a las aportaciones de la señora Unzeta, simplemente diga algo tajante y definitivo sobre los o las milicianas que en verdad mataron a las tres enfermeras en Somiedo, ante las distintas y controvertidas versiones, ya que lo dicho por Abelardo Fernández Arias, cuando fue entrevistado por ella, es un cuento fantástico.

Aunque alguien como yo no tenga el conocimiento de primera mano sobre este asunto, he tratado, al menos, de recabar toda la información posible. Eso también es investigación. Para ello, lo siento, no tengo a la señora Unzeta como portadora absoluta, sino como una investigadora más no despreciable (aunque ella diga que la desprecio), añadida a las investigaciones de José Luis Alonso Marchante, José Cabañas, Víctor del Reguero y el testimonio de Elpidio Barriada que merecen también una consideración. Es evidente que la señora Unzeta, por razones familiares, es la que más ha investigado sobre este asunto, pero ello no significa que haya dado en el clavo de lo que realmente ocurrió, pues son varios testimonios, algunos de ellos absolutamente contradictorios.

Sobre el caso de Víctor de la Serna, el hijo de Concha Espina, me he fundado en las memorias de Manuel Hedilla, que, sin duda, como la señora Unzeta todo lo sabe, las habrá leído. Víctor fue detenido y procesado como hedillista por rebelión y no es ninguna milonga, fantasía o fábula pensar, por mucho que lo niegue su nieto, que la señora Espina no estuviera preocupada e interesada en escribir una apología de las tres enfermeras y vituperio de quienes las mataron, cuando Hedilla, el sucesor de José Antonio Primo de Rivera, estaba condenado a muerte, y hedillistas como el ínclito Ángel Alcázar de Velasco y otros falangistas lo estaban a cadena perpetua o muchos años de cárcel. Y aunque no esté demostrado en ningún documento que el libro de Concha Espina lo hubiera escrito fecha antes de su publicación en 1940, se lo repito una vez más, una cosa es escribir y otra publicar, y eso parece mentira que la señora Unzeta no lo reconozca cuando ella es autora de varias libros, al parecer, buenos.

Y ya acabo. Lo que a mi verdaderamente me interesa es si ha existido o no, en el caso de la tía de la señora Unzeta y dos jóvenes más, un hito de propaganda político-religiosa, y si ha habido razones suficientes para que se les haya otorgado la condición de mártires y no meras víctimas de una guerra civil, donde hay que mojarse sobre quienes la provocaron y quienes la sufrieron ante el paredón, en agosto de 1936, el alcalde de Astorga Miguel Carro Verdejo y algunos republicanos y republicanas más. Sería interesante investigar sobre cuál era la opinión al respecto de las tres enfermeras asesinadas. Cuando se habla de mártires hay una exaltación, pero también hay una reprobación explícita o implícita sobre los autores. No hay mártires sin martirizadores. Entiendo que es comprensible que la sangre tire de la sangre aunque arrastre consigo un hilo de parcialidad. La señora Unzeta cree en estas jóvenes como mártires seguramente porque cree en Dios, en el cielo y en el infierno. Cuando se está en la última vuelta del camino, como nos ocurre a ambos, es verdad, hay que estar a bien con la eternidad.
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