21/11/2019
 Actualizado a 21/11/2019
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Una de las cosas más placenteras de la vida es ver un partido de fútbol con alguien a quién no le gusta el fútbol. Es maravilloso porque te evitas discusiones, voces y algaradas, por la sencilla razón de que a la otra persona la disputa se la trae al pairo. Por eso no suelo salir a ver los partidos al bar, y como un servidor tiene el paquete básico en lo de la tele e Internet, pues cada día veo menos fútbol. El último que vi fue el España versus Malta del pasado viernes. La ínclita en cuestión que estaba delante de la televisión, pero no viéndolo, era mi señora madre. Mientras los jugadores corrían y sudaban, ella se dedicaba a hacer sopas de letras en la tableta que le regalaron sus nietos hace años. Después de mucho rato, levanta la cabeza y ve que España ganaba 2 a 0. Va al baño y, al volver, observa que ya eran 4. «¿Cómo, cuándo han metido otros dos?, ¡si no les ha dado tiempo!» De vuelta a sus quehaceres, sólo levantaba los ojos de la tableta cada vez que oía ¡gol!. Al meter España el último, el séptimo, va y dice: «Esto no está bien. ¿Para qué les meten tantos goles si ya han ganado? Esto es abusar». Me recordó aquel monólogo del gran Gila sobre el cura de su pueblo, que era el que hacía la crónica de los partidos del equipo de fútbol, después de misa, y que acababa: «Y una cosa que me parece mal es que os metáis con el portero. Qué si es un manta, que si no hizo nada por evitar la goleada... El portero, hermanos, tiene madre y esa madre sufre cada vez que vosotros le insultáis...» Pues eso. Podemos extrapolar lo del fútbol a cualquier actividad humana, por ejemplo, seguir el escrutinio de las papeletas en la jornada electoral. Si tienes la desgracia de estar viendo el telediario al lado de un enfervorizado hincha de cualquiera, (da igual), de los partidos políticos que se presentan a las elecciones, seguramente cogerás un rebote del copón o una úlcera, mayormente porque a ti, (a mí, en este caso), te da igual quién gana o quién pierde. Como, además, esta actividad es la única que altera el discurrir normal de las matemáticas, (todos ganan y ninguno pierde), no puedes por menos que sentir un hastío monumental. Se puede manipular todo en esta vida; todo, menos las matemáticas, ¿o es que acaso dos más dos han dejado de ser cuatro?

Ante el marasmo que se nos avecina, por lo de los pactos y todo el conflicto que puede surgir para lograrlos, no nos queda más que encomendarnos al Señor para que ilumine sus mentes y no sean mentecatos. Me encantaría que los dirigentes escuchasen a sus más sesudos colaboradores, porque es bien sabido que el consejo de un sabio allana el camino de la incertidumbre. Me gustaría que nuestros dirigentes no se parecieran a los habitantes de Vegas, famosos en el mundo entero por ser los más necios. «Querer tener razón siempre sólo lo creen los idiotas». Esta frase tan sencilla, debería estar tallada en el frontis de la Moncloa, para que los que allí habitan, (circunstancialmente, con fecha de caducidad incorporada), no se dejasen llevar por la emoción y la soberbia del poder. Quién lo haga, debería saber que alguien, el pueblo, se la hará pagar. Otra cosa que deberíamos tener muy en cuenta, es que no está próximo el fin del mundo. Quiero decir que si no se lograse constituir el Gobierno, no va a suceder nada irremediable. O si se forma, tampoco. No estamos ante el espectáculo apocalíptico que los más agoreros pronostican. No nos vamos a matar por las calles, ni va haber persecuciones por razón del credo, de lo colmado que tengamos el bolsillo o por ser moreno en vez de rubio. Nada extraño va a ocurrir. Gracias a Alá no dependemos de nosotros mismos. Uno, que siempre fue contrario a la Unión Europea, no puede por menos que estar entusiasmado al estar seguro de que son ellos, realmente, quienes nos gobiernan. ¡Por fin hemos dejado atrás todas las rémoras de nuestro pasado reciente! Aunque los de extrema derecha y los de extrema izquierda quisieran llegar a las manos, y a algo más, no van a poder. Por desgracia, en este mundo que nos taca vivir manda el dinero. Lo demás son cuentos. Y el dinero no lo tenemos nosotros; lo tiene Europa, que es una señora muy mirada para estas cosas y que, como uno de mi pueblo, ya fallecido, tiene claro que «me puedes llamar cabrón, hijo de la gran puta y todo lo que se te ocurra. Pero no me toques la bolsa».

Pues nada, aquí dispuesto a otra noche de fútbol con mi señora madre de estatua. En un rato juegan España y Rumanía un partido que no sirve para nada al estar todo decidido. Un alivio; seguro que meten muchos goles.

Salud y anarquía.
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