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Por una Cuba libre

17/07/2021
 Actualizado a 17/07/2021
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Recuerdo con nitidez la dolorosa muerte por suicidio de Boris S. Korsakov el 29 de agosto de 1983. Sucedió en Gijón y yo tenía entonces 13 años, pero aún puedo revivir la impresión que sacudió a la ciudad tras el fallecimiento de aquel concertino de la Orquesta Sinfónica de la Radiotelevisión Soviética. Aunque el caso se disipó en una espesa niebla de humo, varios medios dijeron entonces que Boris se había quitado la vida porque al salir de Rusia y comprobar cómo se vivía en la Europa democrática ya no se sentía capaz de volver a su patria-prisión.

Por eso, cuando escucho a algunos amigos o a famosos decir que en Cuba son felices, no me lo creo. Quizás haya ciudadanos conformes porque viven en ese estado de bienestar que a veces regalan el desconocimiento, la desinformación o la forzada ignorancia, pero felices, lo que se dice felices, no pueden serlo. Nadie puede sentirse bien rodeado de miseria, viendo cómo la decadencia y la decrepitud van carcomiendo antiguos esplendores, asistiendo impasibles al reclutamiento de adolescentes arrancados de sus madres para actuar contra la represión civil, sabiéndose privados de libertad e información, viendo cómo desaparecen cientos, miles de disidentes.

La contrarrevolución que está atravesando Cuba es la constatación de que cualquier dictadura comunista ya no tiene cabida en este mundo. Ningún tipo de tiranía es aceptable. No debería haberlo sido nunca. Todas terminan igual. La sociedad enfrentada en medio del hambre, la desesperación, la pobreza y la tortura. Unos dirigentes que se creen dioses acaparando su riqueza y sus derechos, creyéndose dueños de su libertad, enloquecidos de poder. En nombre de la palabra ‘pueblo’ se cometen verdaderas atrocidades.

¿A qué espera Naciones Unidas para intervenir antes de que estalle la guerra civil? ¿Cuál es la posición del Gobierno de España? Porque hay silencios que dicen más de lo que callan.
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