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¿Por qué no digo más de lo que digo?

11/06/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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La semana pasada estuve de oyente en un encuentro organizado por el Colegio de Médicos de León entre el psiquiatra Luis Salvador López Herrero y el escritor José María Merino donde trataron de las enfermedades mentales y la escritura.

La tesis que defendía el psicoanalista es que la medicina, a lo largo de la historia, había evolucionado de ser un arte a convertirse en una ciencia y, últimamente, en una técnica. Con todos los beneficios de eficacia, pero con el gran peligro de pérdida de subjetividad, donde se corre el riesgo de considerar al paciente como un número. Y, por eso, hacía hincapié en la necesidad de la palabra, en «el creer en la palabra, en el creer en el sujeto». Un paciente, dijo, después de pasar por varios especialistas, cayó en sus manos:

– ¿Tiene usted algún problema?

Y se echó a llorar. Y, entonces, y solo entonces, comenzó a hablar y, por fin, pudo venir el diagnóstico: ansiedad.

Y es que la palabra dicha, o escrita, es mágica: hace que se manifiesten los pensamientos. Y en esa conversación con el amigo contándole nuestras inquietudes los convierte en algo diferente a lo que nos rondaba en la cabeza. Con la ventaja añadida de que el problema es compartido, y un tercero, alejado de él, y quizás por eso, nos puede dar puntos de vista sugerentes. El psiquiatra Rojas Marcos llegó a declarar que las mujeres viven mucho más porque hablan mucho. Y es que todo son ventajas. Esta mañana, desde mi casa a la oficina, coincidí en casi todo el trayecto con una pareja que iba delante de mí: fue ella quien llevaba el peso de la conversación; él asentía de vez en cuando. ¿Quién cree que vivirá más?

José María Merino, además de leernos algunos cuentos suyos para disfrute de todos, centró su intervención en la centralidad de la enfermedad: en la mitología –Pandora, el dios Ra, el dios Shiva–, en los grandes escritos –‘El Quijote’, ‘La montaña Mágica’– y en la estructura narrativa, tanto en el personaje, como la trama, la voz narrativa o el tiempo y el espacio, pues la enfermedad los convierte en insólitos, inéditos y los envuelve en ese halo de misterio que los hace interesantes. Y termino con una frase del maestro. Después de comentar «las tonterías que está diciendo Trump sobre el Brexit», dijo: «Y es que la realidad no tiene por qué ser verosímil; la ficción sí». Toda una enseñanza para quienes escribimos y, de paso, vivimos.
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