Por poco no fue alcalde

La Transición y los primeros años de la democracia en España se suelen recordar como una época mítica para España, pero hay cosas que muchas veces se pasan por alto cuando los que los vivieron –echen cuentas de a quién me refiero, yo soy milenial– rememoran aquellos años. Uno de esos recuerdos que parece que se ocultan entre cantautores y viajes lisérgicos es el de las canciones de Enrique y Ana, con temas muy sonados que hoy podríamos versionar con tono chirigotero como «mama comprame unas urnas, que estas están rotas de tanto votar». Y que ‘mama Administración’ cualquier día nos puede responder lo de «niña no tengo dinero...» ni para las urnas. Pero no vengo a desmitificarla Historia de este país, construido tanto sobre los cimientos que echaron los próceres como otros que no llegaron a esta categoría. Entre estos últimos, alguno de ellos, cuyo nombre no estoy autorizado a revelar –comprenderán que no me arriesgue a dejar de visitar una de mis parroquias favoritas–, recordaba ayer como se recuerda la Transición y los años siguientes, sin las canciones de Enrique y Ana, su candidatura municipal. Una lista joven, diversa, enérgica, variopinta, heterodoxa... Tenía algunos flecos sueltos como que parte de los integrantes no estaban siquiera censados en el ayuntamiento que aspiraban a gobernar en los albores del Constitucionalismo español y con una oferta electoral similar a la actual, al menos en el número de partidos en liza.

Evoca el antiguo candidato la, quizás, falta de práctica en estos asuntos por parte tanto de los eligibles como de los electores, que pudo ser, entre otras cuestiones, lo que les privó de sacar al menos un edil: fue por quince por votos, curiosamente el mismo número de personas que iban en la lista... Al recordarlo, puede que al protagonista le pase un poco lo que les contaba de la Transición al principio de esta columna. «Por poco no fui alcalde, nada más que porque no me votaron». Nada más que eso.