Por La Frisga y la Senda de los Conventos

El corazón de las Médulas, un monte desventrado, está invadido por una agria luz en el silencio, solo interrumpido por el eco del graznido de los córvidos que sobrevuelan sus paredes descarnadas. Las siluetas de los corpulentos castaños parecen fantasmas que se mueven dentro de un paisaje sublime que lo envuelve todo.

Francisco A. Ferrero
02/08/2020
 Actualizado a 02/08/2020
Ubicación de la ruta 'Caminando por Las Médulas. Por La Frisga y la Senda de los Conventos',  en Google Earth.
Ubicación de la ruta 'Caminando por Las Médulas. Por La Frisga y la Senda de los Conventos', en Google Earth.
Desconocemos por qué a esta senda perimetral por la cara este de Las Médulas se la ha bautizado como ‘Senda de los Conventos’, ya que no presenta ninguna referencia a estos edificios de carácter religioso que justifique tal denominación. Quizás sea más acertado definirla como una senda perimetral por la cara este de Las Médulas, al objeto de ver tanto las cicatrices fósiles mineras como otros métodos de explotación diferentes del ruina montium empleado de manera generalista, especialmente en Las Valiñas, donde se encuentra el circo principal de la explotación. En la cara este, y en los bordes perimetrales de la explotación, se utilizó la técnica minera de las zanjas-canal, mientras que en La Frisga, la técnica de los surcos convergentes, muy selectiva para leyes elevadas de oro donde era necesario lavar minuciosamente todo el terreno.

La visita a La Frisga resulta especialmente interesante, ya que conserva un canal sobreelevado sobre el terreno y armado sobre cantos rodados cuya misión era repartir el agua a los diversos frentes de la explotación, que cambiaban periódicamente a medida que se iban desmontando las masas aluviales explotables. En este paraje se empleó un sistema que los investigadores definen como «surcos convergentes», compuesto por grandes zanjas subparalelas a modo de dientes de un peine, que convergen, concurrentes, en una salida común, donde se situaba el canal de lavado o de sedimentación que, trazado con una pequeña pendiente (8% aproximadamente) tenía una construcción escalonada por pequeños azudes donde quedaba «entrampado» el oro. A cada embolada de agua, se retiraban los cantos rodados embebidos en la matriz arcillosa y se alineaban en el borde de los canales de lavado. Se trata de un modo de explotación lento pero muy productivo.

Aunque a nivel de terreno es difícil ver este modo de lavado tan selectivo, la visita posterior al mirador elevado de La Frisga, situado en el borde de la senda de los conventos, permite ver en perspectiva los subdepósitos de almacenamiento de agua, los grandes surcos que ,a modo de arados , «peinan» el terreno, y los canales de evacuación que permitían la deposición de las partículas más pesadas.
Durante el trayecto al paraje de La Frisga podemos observar el zócalo de edad paleozoica donde descansan los terrenos de edad terciaria.

Caminaremos sobre el nivel más bajo de la explotación, donde los sedimentos aluviales cabalgan sobre el terreno rocoso, que estaba antes de que las tierras rojas armadas con cantos rodados se depositaran; es la mejor señal de que estamos observando los terrenos más ricos en oro,con leyes del orden de los 300 miligramos por metro cúbico de conglomerado, frente a una media de 50 para todo el conjunto de Las Médulas, donde se removieron del orden de 80 a 100 millones de metros cúbicos de tierra.

Una vez visitada La Frisga, se vuelve al inicio de la senda de los conventos. El camino sigue en ligera pendiente ascendente hasta llegar a una pequeña loma que da vistas al Pico de Gallegos, donde se puede observar un método de explotación diferente del empleado en el paraje anterior. Una señal interpretativa explica la panorámica que se divisa desde este punto, y de la zona conocida como los Jardines del Rey, donde se pueden identificar una sucesión completa de canales y depósitos, que servían para desmontar el frente de explotación adyacente. Se observan una serie de depósitos horizontales escalonados sobre la ladera del monte y adaptados a su topografía, y unos canales o zanjones que parten de ellos y que siguen aproximadamente la línea de máxima pendiente del terreno. Unos y otros, trabajando conjuntamente, permitían desmontar la ladera montuosa.

Aquí se comprende la importancia de agua en todo el proceso, y la complejidad de llevarla a áreas concretas como consecuencia de una labor minera planificada. Dado que la mina fue avanzando en el sentido de abajo hacia arriba, hablando en términos relativos, lo más antiguo está en los niveles más bajos, y lo más moderno en los más altos.

Abandonado este punto, es conveniente acercarse al mirador de La Frisga, que dista tan solo unos 500 metros de este lugar. Desde él, se podrán observar los niveles más ricos en oro del residuo que quedó tras la explotación y tener unas magníficas vistas de Lago de Carucedo y los pueblos que lo circundan. El término «frisga», según el léxico de la zona, constituye una vara larga, delgada y flexible, del tipo de varas que se forman en las escobas y arbustos similares. También se denomina así a un artificio de pesca compuesto de una horcada de hierro con cinco dientes y un mango largo, que se emplea para pescar las truchas y otros peces. El nombre del paraje, por tanto, puede estar relacionado con la forma de frisga que presenta el mismo, derivado de la modelización del paisaje por aplicación del método de explotación descrito.

Recuperado el camino original, éste nos acerca al pueblo de Orellán. Llegando a la altura de las primeras casas, se coge un nuevo camino que gira bruscamente a nuestra derecha y que en pendiente ascendente se dirige a la parte alta de la explotación, por encima de los sotos de castaños. Una vez que el camino alcanza la traza horizontal, nos acompañará a nuestra derecha un enorme zanjón perimetral conocido como el Valgón, excavado sobre la cota 923 m snm.

Este depósito, de aspecto alargado y perfectamente adaptado a la topografía del terreno, tenía como misión llevar el agua a los frentes norte y este de la explotación. Se excavó sobre el conglomerado aurífero aprovechando la fuerza hidráulica. Un Valgón define, en toda esta zona, una hondonada o valle estrecho que desciende. De nuevo la toponimia, que tiene mucho de sabiduría popular, es un excelente referente que ayuda a comprender la función o la forma del lugar.

Una vez rebasado el depósito de El Valgón, el camino intercepta al que se dirige al mirador de Orellán. Está apoyado en el borde superior del Barranco de la Furnia y permite apreciar, sobre todo en los atardeceres, el majestuoso paisaje de contrastes de Las Médulas. El mirador de Orellán permite ver el circo principal de la explotación. Una montaña desventrada por la acción del agua que ha modelado un paisaje único y, para muchos, una de las mejores vistas de nuestro territorio nacional.

Pasando el mirador, el camino continúa por el fondo de una depresión en el terreno. Se trata del depósito de La Horta, que se utilizó para alimentar de agua a las últimas fases de explotación de la mina. Del depósito parte un canal que transportaba el agua a las galerías de Orellán, actualmente visitables. Según los estudios disponibles, las dimensiones originales de este depósito eran de 220 metros de longitud, 44 de anchura y de unos 3,5 a 4 metros de profundidad, lo que arroja un volumen de entre 16.000 a 18.000 metros cúbicos de capacidad.Superado el depósito, utilizado en el pasado como improvisado aparcamiento para los visitantes del mirador, el camino continúa hasta interceptar, a nuestra derecha, la senda de las Valiñas, que tiene un pequeño letrero indicador al inicio.

Este sendero desciende en trazado zigzagueante a través de un excelente bosquete de castaños bravos, conocidos como cantiagos en toda la zona, y que ocupan las laderas de orientación norte y noroeste del circo de Las Médulas. El descenso es de apenas un kilómetro escaso y permite salvar los casi 140 metros de desnivel que hay entre el mirador y el camino que se dirige a La Cuevona y La Encantada.

El término Valiña (también Valía, castellanizado como Vallina) significa en el léxico de esta zona «vallecito, pequeño valle, valle suave».
Al final del sendero nos topamos con la fuente de la Tía Viviana, que mana milagrosamente y de forma bastante exigua, pero que nos puede proveer de un agua que no hemos podido encontrar durante todo el recorrido. El ancho camino que nos encontramos al pie de la fuente une el pueblo de Las Médulas con los parajes de la Cuevona y La Encantada. Nosotros nos encaminamos hacia el pueblo de las Médulas donde encontraremos las primeras casas a unos 800 metros.

Durante el trayecto observaremos, a los márgenes de camino, unos excelentes sotos de castaños muy cuidados, que, desde tiempo ancestral y con mucho mimo, han sido atendidos por los laboriosos habitantes de Las Médulas. No cabe duda que si el paisaje de Las Médulas es excepcional, no lo son menos los centenarios castaños que salpican todo el vientre del valle artificial.

Alcanzado el pueblo, hay que recorrerlo longitudinalmente por su calle principal hasta el inicio del mismo, donde está ubicada el Aula Arqueológica de Las Médulas.

Desde aquí, en solo apenas un kilómetro, hemos llegado al lugar de inicio de la ruta.
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