Por dónde podar

Podar puede ser una tarea ingrata porque exige doblar el lomo, estar a la intemperie y requiere un tiempo que se podía emplear en otros asuntos. Mucho más ingrato resulta cuando se hace por 17 céntimos la cepa, es decir, que para sacar 17 euros hay que podar 100 cepas, que a un minuto por cepa son 100 minutos, es decir, a 10,2 euros la hora, en bruto, sin contar posibles cuotas administrativas, transporte, formación o las tijeras, que las eléctricas más simples –si no, el ritmo es otro– son a 100 euros.

Esto viene a cuento de que estamos en tiempo de poda, decidiendo qué habrá en la viña para septiembre, y a mí me resulta imposible no echar cuentas mientras malogro vides cortando sarmientos y dejando pulgares que den uvas en verano. Pero está más difícil que nunca. Este invierno está la viña asalvajada por el mucho estiércol del terreno en el que medran las vides para dar luego cuatro granos, que como no andemos pispos solo sirven para deleite de esas bandadas de pájaros que ya ni siquiera se van volando cuando llegas al majuelo.

Conste que intento no teorizar demasiado mientras trato de no meterle tijera al cable, porque eso sí, aquí de viticultura heroica nada, todo en espaldera de galvanizado, práctico, limpio, con sitio para el tractor, la zoletina solo para lucirse con la elegida para las redes. Esta huida de la reflexión no es por desidia, todo lo contrario, es el poso del profesor Luciano y sus explicaciones sobre el principio de parsimonia o principio de economía de Guillermo de Ockham, que se adelantó unos siglos a la tía Erótida, para afirmar que la explicación más sencilla suele ser la más plausible. Intento aplicar la regla para explicar los motivos por los que cada año resulta más difícil cortar lo que sobra y quedarse con lo decente, que tampoco bueno. Pero prefiero no hacer mucho caso al franciscano escolástico y descartar los primeros pensamientos que me vienen a la mente porque son simples, pero bárbaros y puede que hasta injustos con estas cepas tan nobles.