maximob.jpg

Ponerse en lugar del otro

08/12/2020
 Actualizado a 08/12/2020
Guardar
No cabe duda que la situación política actual es preocupante e indignante. Es mucha la impotencia que se siente al ver que la sociedad parece estar dormida y sin reaccionar ante la conducta impresentable, egoísta y narcisista de algunos de nuestros dirigentes que solo piensan en ellos mismos.

Entre tanto, la vida de cada día nos ofrece realidades, unas tristes y otras gozosas, merecedoras de nuestra atención. Así en esta tarde noche del domingo en que escribo estas líneas he de manifestar que a lo largo del día no he podido borrar de la mente a Roberto Rodríguez Cadórniga, empleado del servicio de recogida de residuos en Ponferrada, fallecido al volcar el camión, y a su familia. Mañana le daremos cristiana sepultura. Personalmente confieso que siento bloqueada la mente a la hora de redactar estas líneas. Trato de ponerme en su lugar y entiendo que humanamente resulta muy difícil transmitir palabras de consuelo. Otra cosa es reconocer que sin la fe y la esperanza cristiana sería absolutamente desolador.

Cambiando de tema, quiero traer a la memoria a una madre de tres hijos que hace cuatro días me llama al teléfono, angustiada y avergonzada, para decirme que no tenían nada de comida en casa. «No tenemos nada», me dice. Conozco bien su situación y soy consciente de que desde marzo no han podido trabajar, ni se sabe cuándo podrán volver a emprender su actividad, como consecuencia de la pandemia. No es un caso único. Decía que le daba vergüenza pedir, pero ya le dije que ni ella es culpable de su escasez ni otros tenemos más méritos para nuestra abundancia. Todo es cuestión de que nos pongamos en su lugar para que no nos resulte indiferente. Por supuesto, ha sido atendida. No hace falta que uno sea millonario para poder ayudarle. Pero, además, afortunadamente personas de buena voluntad y generosas me han ido entregando dinero o comida en previsión de estas necesidades.

Permitidme que haga mención especial a una madre de familia que tiene que pagar la hipoteca del piso, las letras del coche y ayudar a un hijo que necesita su ayuda. Esta buena mujer tiene un modesto salario, pero dice que es una privilegiada en comparación con otra mucha gente. Desde hace más de un año viene entregando cincuenta euros al mes, o sea seiscientos al año, para ayudar a personas necesitadas. Con poca gente así se pueden hacer verdaderos milagros. Tiene razón cuando dice que por eso no va a ser más pobre. Al fin y al cabo cuando nos ponernos en lugar del otro descubrimos que somos muy afortunados.
Lo más leído