19/05/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Hay quien lo hace con resultados modestos y quien lo hace de manera excelente. Entre los papás y las mamás con los recién nacidos hay de todo. Entre los propietarios de finquitas y villas varias, desde ‘Los Gitanillos’ y ‘El Lerele’, de la Faraona, el nivel ha caído en picado.

Titulando cuadros es verdad que la maestría varía, pero merece ser destacado el campo mientras surja de vez en cuando un Dalí. Ya saben, ese que se descolgó con (inhalen) «Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes de despertar» (exhalen) y «Reloj blando justo en el momento de su primera explosión».

Los ganaderos de material de lidia suelen clavarla. Cigarrón, Pocapena o Reventón, son nombres tan abrumadores como los Lamborghini que les calcan el nombre. Y total es lo que consigue quien se los ponga a flamencos llamados Tijeritas, el Torta y el Tenazas de Morón, por escoger tres con la ‘T’ de total como inicial.

Un último campo en el que poner nombre está alcanzando cotas muy altas es el de los platos de comer. Después de un tiempo gentilícico siguió otro, pastoso, basado en la petarda enumeración de los ingredientes y su disposición. Mas ahora llegan los brotes verdes desde diferentes lugares de nuestra geografía.

Desde Madrid, las autoras del libro ‘Con dos fogones’ incluyen en su selección de recetas ‘Crema de atún multiuso’, ‘Pasta con salsa de tomate R.R. (Realmente Rica)’, ‘Patatas in extremis’ y ‘La Cara B de la crema de atún multiuso’.

Y desde León, alimentando su Facebook, se ha significado un colega mío con una serie de platos, presentados como haría Arguiñano y fotografiados en tinieblas, de atildados nombres como ‘Rodaballo a la Democracia’, ‘Sopa del Emprendedor’ y ‘Alubias Fair Play’.

No me ha dicho de donde sacó la idea, pero sospecho que tiene que ver con que ahora anda metido en política. Y me pregunto, ¿cómo titulará sus platos cuando se decida a abrir un restaurante en La Virgen del Camino? No será problema mientras siga cocinando tan soberbiamente y con tan buen producto pero sin dejarse vender humo. Me confesó el otro día, cuando probó en un restaurante vasco los guisantes lágrima, lo que yo quería oír: pues sí, amigo, guisantes al fin y al cabo.

No me importaría recorrer con él España poniéndonos ciegos de lo mejor del país y hacer un programa de televisión con el que documentarlo. Yo sería su Imanol y él mi Echanove. Y al programa le pondríamos de nombre el que me susurró otro colega muy bueno para los bautismos: ‘Un país de jala’.
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