Poner el mundo patas arriba

17/12/2019
 Actualizado a 17/12/2019
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Aquellas viejas tiendas de los pueblos ‘aperruñaban’ en unos pocos metros cuadrados una selección de todo lo que se podía encontrar en el interior, en aquellas históricas abarroterías y tiendas de ultramarinos abarrotadas de cosas: paraguas (lo digo por la que está cayendo y nada más empezaba a llover el tendero colocaba un paraguas en el escaparate), calderos, un mono de trabajo que caía del techo, calderos, barreños, zapatillas de cuadros, cuadernos de caligrafía, bacalao en salazón, tripas de mondongo... todo convivía allí y cuando se acercaba Reyes aún encontraba un hueco para los juguetes, una ambulancia con sirena y las muñecas de rigor, por más que los chavales se quejaran amargamente de que en los pueblos los magos dejaban demasiados pijamas y calcetines, que abrigaban pero...

El justo entender del tendero hacía la selección, por eso era una visita obligada en los viajes a León aquellos grandes escaparates de Pallarés, Lobato, Yalex, Sabugo –que hasta tenía el lema aquel de ‘Camisas como las de Sabugo jamás en León las hubo’–o Prieto, el de que «¡qué buenos, qué bonitos, qué baratos... vende Prieto los zapatos!»...

Hasta que llegaron los escaparatistas de Loewe, Lafayette o Tiffany’s y aquello ya fue un sindiós, cómo para meter allí unas madreñas, pero siempre sobreviven viejos tenderos que encuentran una idea con la que sorprender y lograr que se detengan los paseantes, poniendo todo patas arriba.
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