Polideportivo Catedral

10/05/2022
 Actualizado a 10/05/2022
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Una y otra vez el chaval aparecía corriendo por un lado del ‘Polideportivo Catedral’, tiraba la mochila contra la pared y con un balón a medio camino entre ser de fútbol y de baloncesto primero disparaba a puerta y cuando la pared se lo devolvía lo botaba un par de veces y lanzaba a canasta. Se quedaba mirando lo hecho y gritaba: «¡Gol, gol, goooool del Faraón Godín!» para, cuando se hacía el silencio que sigue a la emoción reiniciar la retransmisión de lo hecho: «¡Tri, tri, tri... triiiple de Gasol!».

Descansaba un momento, más de los gritos que del gol y la canasta, y reanudaba la diversión. Golpeaba a la pared, intentaba meter canasta con el pie. Se sentaba sobre el balón, miraba al horizonte y parecía soñar con las jugadas o, tal vez, con que otro jugador apareciera en escena y hubiera un portero al que marcar gol, un defensor que le pusiera complicado sumar otro triple a los muchos que ha ido cantando cada tarde de sol y soledad en el Polideportivo Catedral, allí donde sus sueños no encuentran fronteras.

Es fácil entender lo de Gasol. ¿Y Godín? Parece no entender mi extrañeza y me mira casi desafiante: «¿Godín? El puto amo».

Y dispara a puerta. Va realmente a la escuadra y grita feliz nuevamente el gol de Godín. Unas canastas más, algún tiro a puerta y recoge la mochila para irse cuando parece acordarse de que algo le falta a su tarde. Mete el balón bajo el brazo, coge la larga cadena y hace sonar la campana, apenas tres veces. Y se queda mirando hacia una ventana que segundos después se abre y le llega la riña: «¡Sinvergüenza! Ahora mismo llamo a la Guardia Civil».

Se va sin inmutarse. Si viene la guardia civil ya somos tres, parece pensar el rapaz.
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