"Podría haber sido inacabable si no tuviera algo de circular"

Antiguo director de Cátedra y de literatura infantil y juvenil de Anaya, Emilio Pascual presenta este viernes en la librería leonesa ‘El Guardián de los Libros’ su última publicación, ‘El gabinete mágico’

Camino Díez Llamazares
23/05/2023
 Actualizado a 23/05/2023
Antigua imagen del escritor caracterizado como Cervantes con motivo de su obra ‘Días de Reyes Magos’. | L.N.C.
Antigua imagen del escritor caracterizado como Cervantes con motivo de su obra ‘Días de Reyes Magos’. | L.N.C.
Apasionado del Quijote hasta el punto de ponerse en la piel de Miguel de Cervantes para realizar «visitas cervantinas» en centros escolares a razón de su publicación de finales del siglo pasado, ‘Días de Reyes Magos’, por la que obtuvo el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, el escritor segoviano llega a la capital provincial de la mano de su libro de bibliotecas imaginarias.

El último trabajo de Emilio Pascual, ‘El gabinete mágico’, es una publicación de cómoda. De esas que se mantienen siempre cerca en caso de necesitar una consulta. De lectura continuada o de acompañamiento, según el caso. Un libro abierto siempre por el índice, en el que se recogen los más de setenta apartados que componen sus páginas y que esconden numerosos títulos, que no difieren de los nombres de distintas bibliotecas. Aquellas que pertenecen -real o imaginariamente- a grandes personajes de la literatura universal.

Cada capítulo -cada biblioteca- es un peldaño en la extensísima escalera que es el mundo de los libros. Escalones que, al subirlos, se dejan indicados con una sutil seña de lápiz, no vaya a correrse el riesgo de volverlos a bajar. O para asegurarse el lector de que esos caminos ya han sido transitados y, si acaso, tener la certeza de poder transitarlos otra vez.

– Nacido en Tejares, «un pueblo sin luz ni agua», en el que «un libro era un lujo». ¿Qué supone para un niño «atrapado» en el mundo rural el acercamiento a la literatura?
– Ya he contado más de una vez que mi padre, que era zapatero y cojo, tuvo la brillante y generosa idea de subirse una mañana al coche de línea y viajar a Aranda de Duero a comprar una cartilla para enseñarme a leer. Tan bien lo hizo que 15 años después, durante un verano de mis 18 en que me fue denegado el pasaporte para ir a trabajar a Stuttgart, me leí más de diez mil páginas, de modo que aquel mismo padre que me enseñó a leer empezó a preocuparse de que «me emborrachara» leyendo. Un refugio que, todavía durante la pandemia, nos permitía decir: «¡Qué suerte tenemos que nos guste leer!».

–Le acompaña el recuerdo de un verano de su niñez en el que tuvo que aprender de memoria una lectura por la urgencia de devolverle el libro a quien se lo había prestado. ¿Cuál fue?
– Ese es el secreto mejor guardado. Solo puedo decir que era una obra de teatro que andaba por los cuatro mil versos. Todavía recuerdo un buen puñado.
 
– En El Adelantado de Segovia, declaraba: «El cine, que hoy nadie lo discute, empezó siendo una atracción de feria. Creo que el audiovisual es otra forma de lectura, aunque no sabemos por qué derroteros nos conducirá». ¿Qué tiene la literatura que no tengan otras artes, como el cine?
– La literatura (y eso lo comparte con el cine) te permite entrar en otras vidas y otros mundos, con distinto grado de complicidad, bien para participar en ellos, para abismarse, distanciarse o rechazarlos. La literatura permite además un grado de intimidad ajeno a otras artes. Como ha escrito Mikita Brottman, la lectura es un «vicio solitario».

– Es un acérrimo amante de las bibliotecas escolares, a las que elogia en uno de los muchos apartados de ‘El gabinete mágico’. En mayo de este año, el Heraldo de Aragón publicaba un artículo sobre la paulatina desaparición de bibliotecas en centros escolares. ¿A qué se debe esto y qué supone para el alumnado potencialmente lector?  
– Yo sé que ahí no puedo ser objetivo. Usted alude al apéndice «perteneciente» de ‘El gabinete mágico’, que lleva por título «Elogio de la biblioteca escolar». Es la única biblioteca no imaginaria, y es la que en aquel pueblo «sin luz ni agua» me dio agua, vida y luz. Sé que ahora es mucho más fácil hacerse con libros, e incluso leerlos en el telefonillo. A mí personalmente la desaparición de las bibliotecas escolares me parece una tragedia y la privación de la aventura del descubrimiento de algunos territorios desconocidos de la imaginación.

– De bibliotecas reales a bibliotecas imaginarias. Ha necesitado décadas de experiencia en el mundo editorial para elaborar esta minuciosa publicación, la suya más extensa. No sólo en cuanto a número de páginas; el punto final de su epílogo precede a las fechas «mayo 1993- agosto 2022». ¿Le entristece cerrar este amplio círculo literario?
– Sí y no. Sí, porque resultó ser una fuente de sorpresas en los lugares más insospechados. No, porque, de no haberlo cerrado, me habría muerto sin cerrarlo nunca. Sé que el adjetivo ‘infinito’ se emplea con mucha ligereza e imprecisión, y ni siquiera el mundo de las bibliotecas imaginarias se puede decir que sea infinito (salvo tal vez la biblioteca de Babel). Pero es cierto que apenas habré visitado una parte infinitesimal (ahora sí) de las bibliotecas imaginarias existentes o directamente desconocidas, y sin embargo en algún momento había que decir «hasta aquí hemos llegado», a sabiendas de que se me quedó otra docena en el telar en diferentes grados de elaboración.

– Aquella biblioteca que enloquecía al famoso hidalgo Don Quijote de la Mancha fue el punto de partida para que comenzara a bosquejar su enciclopedia de bibliotecas imaginarias. ¿Le ha llegado a enloquecer a usted esta biblioteca construida sobre folios?
– No, porque realmente me lo he tomado con mucha parsimonia y en cierto modo como juego. Al principio, ni siquiera con la intención de que fuera un libro. Quizá el «proyecto» empezó a tomar cuerpo cuando me fue vedado publicar el ‘Libro de los seres imaginarios de Borges’, con ilustraciones de Javier Serrano, que aceptó el envite. Cuando se cegaron los caminos para aquella publicación pensé: ¿Y por qué no un 'Libro de las bibliotecas imaginarias'? Y como en cada biblioteca, bibliotecario o propietario y usuarios había una historia diferente, pensé que, ya que no un ‘Cuento de los cuentos’ como el de Basile, podía confeccionar una biblioteca de bibliotecas. Y «hasta aquí hemos llegado», gracias a los amigos que insistían en que «acabara de una vez».

– Su coda repasa las carencias de esta publicación, que pretendía ser en sus comienzos una «enciclopedia de las bibliotecas con el mismo rigor y exactitud que la de los muertos». ¿Está contento con el resultado?
– El principio de la «coda» es evidentemente una ironía musical, para indicar lo que ya usted ha sugerido: que podría haber sido inacabable, si no tuviera algo de circular. El círculo es por definición infinito (este sí), y solo es susceptible de ir ampliándose a fuerza de introducir puntos intermedios. No puedo estar contento del resultado porque faltan muchos puntos intermedios (de hecho, a punto de salir la segunda edición, ya se me han sugerido algunos); pero sí lo estoy desde el momento en que rechacé la indecisión y acepté la decisión de cerrar este círculo inacabable.

– Indica que ha dejado «en el telar otra docena de bibliotecas en diferentes grados de elaboración». ¿Habrá nuevos libros de bibliotecas imaginarias?
– Creo que no. Esa misma pregunta me la hicieron el día de la presentación en Madrid el 9 de mayo, y respondí con un resignado y perspicaz aforismo de Cervantes al final del prólogo del segundo Quijote: «que la abundancia de las cosas, aunque sean buenas, hace que no se estimen, y la carestía, aun de las malas, se estima en algo». Espero que el cerrar aquí sea de alguna estimación.

– En su preludio, parafrasea a Margaret Lea: «Hay demasiados libros en el mundo para poder leerlos todos en el transcurso de una vida, de manera que hay que trazar una línea en algún sitio». ¿Dónde y por qué la ha trazado usted?
– El dónde, allí mismo se dice: fue por una cuestión de simetría con los 72 libros del Caballero del Verde Gabán del Quijote. (Y aun así se colaron a última hora otras dos o tres bibliotecas que no estaban previstas). El porqué no tiene más respuesta que la de Margaret Lea, la protagonista de ‘El cuento número trece’ de Diane Setterfield. Ahora o nunca.

– Presenta este gabinete mágico en ‘El Guardián de los Libros’ de la calle Velázquez de León. ¿Por qué toma rumbo a estas tierras?  
– Porque León es tierra de buenos amigos y mejores literatos. No puedo olvidar que algunos de los mejores momentos y conversaciones con los alumnos a propósito de ‘Días de Reyes Magos’ fue a través de Félix Fernández, con el que será un placer conversar el día 26. Y en cuanto a la librería ‘El Guardián de los Libros’, ¿qué mejor sitio que un lugar que, ya desde su nombre, es una rememoración del ‘El guardián entre el centeno’?

– De hecho, refiere en sus últimas páginas a personajes leoneses como Suero de Quiñones y Justina Díez. ¿No merecen ellos una de sus bibliotecas imaginarias?
– Suero de Quiñones lo dudo, porque era más defensor de puentes y rompedor de lanzas que coleccionista de libros. Si está aquí, es también en memoria de don Quijote, que lo reivindica ante el canónigo con aquel rotundo «digan que fueron burla las justas del Paso Honroso de Suero de Quiñones».  Justina sí la habría merecido, y de hecho está, aunque en nota a pie de página, que es otra forma subrepticia de añadir bibliotecas.

– Este libro de bibliotecas es indudablemente el reflejo de algunos de los títulos que recoge la suya propia. Un libro compuesto por bibliotecas que se componen al mismo tiempo de libros. Si alguien escribiera un libro sobre los tomos escondidos en la biblioteca de Emilio Pascual, ¿qué más títulos sorprenderían?  
– Las bibliotecas personales tienen algo de caprichos y devociones propias, desde luego. En mi biblioteca están por supuesto todos los citados en la Bibliografía de este ‘Gabinete mágico’, entre los que ha sorprendido a algunos ‘El farmacéutico a caballo’ de Pitigrilli. Pero encierra pocas sorpresas, aunque sí algunos que me han acompañado toda la vida. A los catorce años tuve que engañar a mi padre, haciéndole una falsa cuenta, casi como las del Gran Capitán, de gastos creíbles, para poder comprarme la ‘Antología de humoristas españoles’, de García Mercadal, un volumen de casi 1800 páginas que en el año 62 costaba una pasta para mis magros ingresos. Aquel libro, milagrosamente salvado de una inundación, sigue acompañándome como el Quijote a Estienne Barbier, el protagonista de ‘Una biblioteca en un morral de cuero’.
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