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Pobreza energética y festivales

15/08/2021
 Actualizado a 15/08/2021
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Estoy aquí, ‘tumbarrajeado’ en una habitación de una ciudad en llamas que no es la mía, mientras el precio de la electricidad vuelve a registrar un máximo histórico –un 200 % superior al que tenía hace un año– y leo cómo una empresa eléctrica vacía embalses en plena ola de calor para producir esa carísima electricidad o que los que gobiernan ahora dicen que la culpa es de los que mandaban hace tres años. Para no calentarme más, ‘fuchico’ en redes lo que está pasando en el festival Sonorama de Aranda de Duero (Burgos). Espero encontrarme alguna cara sonriente, algo que me recuerde aquellos momentos felices que pasé allí. En su lugar, veo hileras de peña sentada, estática, viendo un concierto de da igual quién.

Lo comparo con las imágenes recientes que vi de los festivales catalanes que se celebraron hace un mes, el Vida y el Cruilla. En su momento, me sorprendió ver a la peña sin mascarilla, compartiendo ‘cachis’ y sabe Dios cuántas cosas más. Entonces dije: «Ya está». Luego llegaron los vídeos de los macroconciertos británicos tras el final de las restricciones, que aquello parecía Benicàssim en 2009, y volví a celebrar que ya se había acabado. Claro que no. Testimonios de trabajadores del festival y de amigos que me escribían horrorizados desde allí adelantaron lo que más tarde se confirmó: que las medidas de seguridad eran un poco de aquella manera y que los test de antígenos se hacían con unos bastoncillos que si no eran de las orejas sí que no se correspondían con la longitud indicada para llegar a la zona nasofaríngea que requieren esas pruebas.

Así que aquí estamos, otra vez asistiendo sentados a espectáculos de música en vivo, sin poder levantarnos y, sobre todo, sin poder bailar. Ay, bailar, Diosito. Qué no daría yo por un poco de mover el cu-cu. En los pocos conciertos a los que he ido en pandemia (menos uno en que se me permitió una ubicación privilegiada para poder pegarme unos botes: muchas gracias) la frustración ha sido la misma. Es como que te saquen un vino bueno, te lo sirvan en copa, le pegues unos meneos, lo huelas y cuando vayas a embuchártelo, te lo quiten. «Para esto, mejor no venir», me repetía. Pero siempre volvía y siempre lo mismo. Mis amigos del Sonorama me insisten: «Bastante válido es ya». Y contra eso no puedo argumentar.

Me explicó el historiador Ricardo García Cárcel que, para él, la característica básica de la españolidad es la resistencia, en todos los sentidos de la palabra. Aguantar de manera numantina lo que venga, ya sea la pobreza energética, las políticas eléctricas o que no te dejen bailar. Lo malo es que, claro, ya sabemos cómo acabó Numancia.
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