08/06/2018
 Actualizado a 09/09/2019
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Los pobres casi siempre son víctimas de la propia naturaleza, cuando no de los poderosos y otros traficantes de sueños y esperanzas. Los pobres son hijos de la nada para la nada cuyas vidas no valen nada para aquellos sin escrúpulos. Y cuando digo esto se me viene Siria a la mente, la guerra civil, destructora, aniquilante, brutal iniciada en 2011 con el siempre creciente tirano Bashar al Asad y su aliado el gobierno ruso operador desde la distancia. Terrorífico asistir a la destrucción de un pueblo, a una destrucción que ni si quiera después de siete años se vislumbra su fin.

Los pobres, digo, son víctimas casi siempre. Y cuando tal afirmo pienso en las pateras que tantas veces vomitan cadáveres en alta mar o en las playas o rasgan su cuerpo en las concertinas, o, nunca lo olvido, en la tierna imagen del niño Aylan con su camisetita roja de manga corta, su pantaloncito oscuro también corto y sus zapatitos indescifrables acariciado tan sólo por unas olas caritativas y la mirada triste aunque lejana, en su mayoría, de personas con buen corazón todavía conmueve el mundo.

Los pobres, digo, son víctimas casi siempre, insisto. Si la duda me asaltara ahí está el volcán Fuego de Guatemala recientemente en erupción, llevándose consigo familias enteras, animales, plantas y enseres que tarde o nunca, más bien nunca serán repuestos o regresarán malheridos a su humilde origen. La imagen del anciano Concepción Hernández muerto a sus 88 años por las quemaduras que atacaron su cuerpo aún arde en casi todos los ojos estos días de junio salpicados por la lluvia.

Los pobres o la pobreza irremisible por quienes aplastan al débil provoca un alivio afectivo en mi pensamiento. Y cuando esto manifiesto a mi cabeza acuden oneges como la organización de socorristas voluntarios Cascos blancos, la de refugiados Acnur, la conocidísima Unicef igual que Médicos sin fronteras o 1 kilo de ayuda, menos conocida pero portadora de alimentos como Cáritas para nuestras cada día más crecientes neveras o alacenas vacías. Ante todo en los países desarrollados, que no hay nada más que mirar un poco a nuestro alrededor para percatarse.

Esta noche tengo muy claro: la pobreza es más que neurótica e insoportable, totalmente injusta.
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