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Pobre juez de penas

09/03/2015
 Actualizado a 17/09/2019
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Puede que no fuera en León, pero ahora que ya hay limonada en los bares y el incienso empieza a perfumar las calles del Barrio Húmedo, me viene a la memoria una historia de una procesión que escuché hace años y que se me quedó clavada en la memoria como ejemplo de la dicotomía de lo leonés, donde cada fotografía tiene su negativo, cada gemelo su gemelo perverso, cada cielo su infierno.

Llegó a mis oídos que más de uno se quedó clavado, por no decir todos, al ver la portada de una conocida revista de información y desnudos a los pies de quien debe velar escrupulosamente por el orden de la procesión. Delante del paso titular de la cofradía, sobre el papel cuché, una famosa artista lucía dos de las razones por las que era una famosa artista. Hasta el capillo se le puso colorado al pobre hermano, que recogió la revista a la carrera y la volvió a guardar en la carpeta, entre los otros papeles, con toda la lista de braceros del paso. Paralizado, aguantó como pudo las inquisidoras miradas de fieles, turistas y demás gentes agolpadas en la calle y la risa silenciosa y burlona de los ‘hermanos’ que le prepararon la jugada.

El plan se gestó a media mañana, con la procesión también a mitad del recorrido, en un descanso, entre limonadas y mistelas. Amigos todos, con más sentido de la amistad que de la disciplina, urdieron la bienvenida al cargo del juez de penas.

Menos gracia le hizo al abad, que emprendió una investigación por dar con el responsable de una revista que todos habían visto, pero nadie sabía de quien era. Según me contaron, nadie señaló a nadie, probablemente por solidaridad cristiana. Pero al año siguiente el paso incorporó a los dos ladrones, macizos y bien pesados. Dicen unos que como castigo y dicen otros que como medida preventiva, por si vuelve a ocurrir –cito a la fuente textualmente– «que del paso no mire ni Cristo».
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