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Plaza de Santo Domingo

07/06/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Lo reconozco, tengo especial cariño a las plazas, porque siempre han sido un articulador de la ciudad, de su uso y su funcionamiento. Y si hace un mes dedicaba esta columna a la Plaza Mayor (las Plazas Mayores, en realidad), como centro de referencia geográfica, siempre como resultado de su importancia como sitio de encuentro y actividad de las ciudades, toca ahora hacer un comentario de la Plaza de Santo Domingo.

Por desgracia, muchas de ellas han sucumbido a la llegada de la civilización convirtiéndose en glorietas (las «reondas» que dicen en el sur). Y Santo Domingo no es una excepción, lo que no quita que, al menos arquitectónicamente, sea probablemente el mejor exponente local de lo que fue el salirse del corsé de la muralla, e iniciar la expansión por los alrededores: el Ensanche, porque eso es lo que era exactamente.

Ruiz de Salazar en 1889 y Cárdenas definitivamente en 1905, dejaron sus propuestas, bastante claramente inspiradas en el Plan Cerdá de Barcelona de 1858. Salvando, claro, distancias y tamaños entre aquél León rural y pequeño con la Barcelona industrial y enorme.

Lo cierto es que Santo Domingo dio suelo para varios edificios con sabor de aquellos entonces, señoriales y con empaque.Muchos e importantes, tanto que, sin duda han dado la imagen de la Plaza.

Proyectado por Cárdenas, en la esquina con Ordoño está el edificio de ‘Ciriaco’,nombre que siempre le dio una de las tiendas importantes de moda en los años sesenta y setenta, cuando en León el dinero no es que corría, es que volaba, y que ahí estuvo hasta no hace demasiados años. De hecho fue la última en desaparecer de todas aquella, muchas, que vistieron a León y provincias de alrededor.

Por su derecha hoy se levanta el complejo Santo Domingo, sobre lo que en su día fue el convento de las Recoletas, promovido por el Banco Industrial de León (q.e.p.d.), obra de Javier Carvajal, arquitecto que acababa de hacer el Pabellón de España en la feria de Nueva York y que alcanzó una enorme fama, cosa que se nota bastante porque realmente sigue el mismo diseño que aquél, con otro uso, claro.

El hotel Oliden, levantado por la familia del mismo nombre, donde residieron durante la guerra civil una buena parte de los alemanes de la Legión Cóndor, y donde yo conocí el linoleum, uno de los pavimentos que desde entonces me ha enamorado, pues, en 1986, aún se mantenía tal cual, desde 1927 o así. No sé exactamente quien fue el arquitecto original, pero juraría que se trataba de Luis Aparicio.

A su derecha, sobre el que fuera el Mesón del Pico, otro edificio de Cárdenas, que por cierto tiene dos plantas más que el proyecto original. A lo mejor es (o fue) una infracción urbanística, vaya usted a saber.

El edificio Pallarés, también de Cárdenas, inicialmente almacén de ferretería a gran escala, y hoy Museo de León.

Y el edificio del Casino, hoy del BBVA, proyecto de Gustavo Fernández Balbuena, arquitecto madrileño pero de raíces leonesas. Desde su planta primera, cuando aún era el Casino de León hice yo mis primeras armas dibujando, sentado, bloc en mano delante de la ventana del bar que daba a San Marcelo, cuando lo regentaba Mariano, padre del Francisco Fernández, alcalde de León en la primera decena del 2000, para mi Paco, que para eso nos conocemos desde aquellos años en que, jóvenes mozuelos, jugábamos al tenis (él mucho mejor que yo, claro). También los primeros bailes, y los primeros devaneos. ¡Ah, y las primeras fotografías, que había un laboratorio en la última planta!

Dejo para el final la Casa de Roldán, obra de Federico Ugalde, porque, aparte de mantenerse tal cual, y de haber dado cobijo en los bajos a Benéitez, otra de las tiendas de moda, ésta de hombre, y Casa Polo, la confitería de las mejores pastas de té de León, en la acera, en medio de las dos tiendas, estaba… ‘el reloj’.

El sitio de cita para todos los leoneses cuando no había internet, móviles, Whatsapp, ni ná de ná. Teléfono de baquelita y gracias. Eso había. Y radio macuto.

Un monolito Art Decó de lo poco que hay, o había, en la ciudad, sustituido con buena voluntad y poco éxito por una ‘cosa’ que no vale un pimiento. No era excepcional, desde luego, pero infinitamente mejor que lo que hay hoy.

Pero no importa: su valor es el valor de las cosas que fueron importantes, porque, sin quererlo, estaba en el diario de todos los leoneses. ¿Quién, con algunos años encima, no ha quedado alguna vez en «el reloj»?

No sé donde está, quizás en algún almacén municipal. He estado indagando, pero no he logrado ningún resultado.

Pero no importa. Hay que encontrarlo y hay que darle un lugar en la ciudad. Ya.

Porque se lo merece.
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