Plácido Domingo y Ermonela Jaho, ¿quién da más?

El cantante madrileño y la soprano albanesa protagonizan ‘La traviata’, de Verdi, en la Royal Opera House de Londres. Los cines Van Gogh la emiten este miércoles a las 19:45 horas en directo dentro de la nueva temporada de ópera y danza

Javier Heras
30/01/2019
 Actualizado a 19/09/2019
La soprano albanesa Ermonela Jaho protagoniza ‘La traviata’ de Verdi.
La soprano albanesa Ermonela Jaho protagoniza ‘La traviata’ de Verdi.
Que un teatro de primer orden mantenga desde hace 25 años una producción no puede ser casual. El inglés Richard Eyre, veterano cineasta (‘Iris’, ‘El veredicto’), estrenó su ‘Traviata’ en 1994 en la Royal Opera House para gloria de una Angela Gheorghiu en ascenso. Ahora, en su decimosexta reposición –más de 150 funciones–, conserva su vigencia (y su gancho para el público). Nos sitúa en la época de Verdi, a mediados del siglo XIX, siguiendo las acotaciones del compositor. Los clásicos decorados, elegantes y realistas, acentúan la opulencia de la primera fiesta y la desoladora pobreza del final, paralela al deterioro de la heroína. Los firma el escenógrafo y figurinista irlandés Bob Crowley, conocido por sus ballets con Christopher Wheeldon (‘Alicia en el país de las maravillas’) y por musicales de Broadway que le han valido siete premios Tony, entre ellos ‘Un americano en París’ y ‘Mary Poppins’.

Sin pretender revoluciones, todo tiene sentido y sirve a la narración a la par que realza el canto. Y no es para menos con este elenco: en Londres se reúnen el mismísimo Plácido Domingo, que como barítono deslumbra en el papel del viejo Germont; el tenor neoyorquino Charles Castronovo, especializado en el Romanticismo; y, por encima de todo, Ermonela Jaho. La albanesa ya conquistó el Teatro Real hace un par de cursos, y siempre es bien recibida en Covent Garden desde que en 2008 salvó la baja a última hora de Anna Netrebko. Aterrizada desde Nueva York ese mismo día, superó los contratiempos y emocionó; no ha dejado de hacerlo como Mimì, Manon o Butterfly. Aparte de una técnica más que aseada, marca la diferencia en la actuación: se entrega al personaje, lo habita, se desgarra. Pocos retos mayores para una soprano que pasar de los agudos vertiginosos del primer acto al dramatismo del desenlace.

‘La traviata’ nunca dejará de ser una favorita del público. Primero titulada ‘Amore e morte’, consagró a Verdi como un creador moderno. Después de sus años de galera, en los que componía sin parar, sujeto a fórmulas antiguas y a temas caballerescos, a partir de 1851 daba un gran salto con la trilogía que forman ‘Rigoletto’, ‘Il trovatore’ y este melodrama. Sus personajes eran  más humanos, imperfectos. Especialmente Violetta Valéry, la «extraviada» (‘traviata’ en italiano), una cortesana que abandona a su amado, de familia noble, para no manchar su reputación. Hoy aún admiramos la grandeza de su renuncia, en contraste con una sociedad burguesa hipócrita.

El músico y su libretista, Francesco M. Piave, adaptaron ‘La dama de las camelias’, de Alejandro Dumas hijo, a su vez inspirada en el affaire del escritor con la prostituta Alphonsine Duplessis, cuya belleza le permitió vivir por todo lo alto, mantenida por los aristócratas, hasta su muerte por tuberculosis a los 23 años. Esa enfermedad era por entonces un tabú. Verdi lo mostró para escandalizar al público; por esa misma razón situó la trama en su propia época y vistió a los personajes como ellos, algo insólito. La censura lo impidió y trasladó la acción un siglo atrás. Fue una de las razones del fracaso de su estreno en 1853 en Venecia; también la interpretación de una soprano demasiado rolliza; nadie se creyó que encarnase a la joven moribunda.

Probablemente el compositor se identificó con la heroína: poco antes, los vecinos de su Busseto natal le habían hecho el vacío por convivir sin casarse con la soprano Giuseppina Strepponi. Estuvo más inspirado que nunca en esta partitura, densa y compleja pero repleta de melodías memorables (‘Libiamo’, ‘Sempre libera’, ‘Amami Alfredo’). Aunque lo más revolucionario es el modo en que enlazó la palabra y la música, que lo acercó al drama musical. El canto ya no buscaba la exhibición, sino que reflejaba los matices del texto. Por ejemplo, en el dúo de la protagonista y su suegro, sus estados de ánimo –ira, tristeza– hacen cambiar las melodías. Hasta la armonía expresa los opuestos: el Re bemol simboliza la moral y acompaña a Germont padre; su dominante, La bemol, representa el vicio, que canta Violetta. La orquesta recrea el París del XIX con los bailes de moda (polca, vals) y fascina desde el preludio; en Londres la dirige el italiano Antonello Manacorda, habitual de La Fenice. A partir de las 19:45 horas de este miércoles podrá verse en Cines Van Gogh.
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