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Placidez sin tiempo

29/06/2020
 Actualizado a 29/06/2020
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Aquellos veranos en los que, por San Juan, desde la diáspora, comenzábamos a planificar los encuentros anuales con los amigos leoneses en León. Un año en el pantano del Porma con Agustín Delgado llegado desde París, con su máquina de afeitar como única impedimenta. «¿Pero no dicen que las truchas tienen electricidad?» Aprendiendo los ‘Romances de Fierro del moro Qil’ que Julio Ferreras había ‘musicado’ para la ocasión.

Esa fotografía que José María Merino reproduce en el libro ‘Silva leonesa’ nº 43 de los ‘Braviarios de la calle del pez’ Año 1979. Orilla del río Omaña, en El Castillo, ‘locus amoenus’ ideal en el que montar las tiendas para la semana de acampada, contando con la complicidad del guarda que nos permitía contemplar las truchas con las que compartíamos baño en la rasera al atardecer. En la foto aparecen los tres hermanos Díez Rodríguez: Miguel, Luis Mateo y Antón (Fernando es que hace la foto) junto con Merino, Aparicio, Fierro y el cronista. Todas las esposas y docena y media de chavales y niños de todas las edades pueblan la instantánea que el escritor, hoy académico, decidió tomar como prototipo de esa ‘Placidez sin tiempo’ a la que se refiere en el texto que vendrá después.

Con la perspectiva de hoy, algún grupo municipal de corte revisionista tacharía de incorrecta aquella actitud, pues ya se barruntaba que llegaría un tiempo en el que todo aquel ‘urbanita’ que buscaba en la naturaleza una belleza espiritual iba a ser repudiado al menos por extravagante, sino por otra cosas peor. De ‘Leoneses de sábado a lunes’ nos llegó a tildar uno de aquellos próceres de la transición, uno de aquellos leoneses, osado él, que construyó un León a su imagen y semejanza, sin tener en cuenta la opinión de los demás, y que ,enarbolando el estandarte de ‘su’ leonesismo, ya ven dónde nos llevó: a la casi total irrelevancia, y la mas cruel despoblación.

«Digo que los días transcurrían al margen del tiempo, girando sobre un eje que los devolvía al punto de partida, sin otro destino ni afán que la alegre ceremonia de la amistad…» «Después de la puesta del sol, al resplandor de la enorme hoguera… se celebraba la velada». «Los días transcurrieron con esa placidez sin tiempo de lo que está quieto mientras la historia sucede». Premonitorio, José María Merino, concluye: «Creo que este grupo de gente que se hace en las Omañas la foto de despedida de unosfelices días de verano, cuando mire la foto tantos años después, no querrá oscurecer aquellos momentos con la sombra, siempre poco generosa, de la melancolía». Y acertó.
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