jose-luis-gavilanes-web.jpg

Placas de horror y de amor

20/12/2020
 Actualizado a 20/12/2020
Guardar
Después de tres años de remoción, con tinos y desatinos, ha vuelto a su actividad hostelera el que fue hábitat multiusos Parador de San Marcos. Desde el siglo XVI, fecha de su construcción, este edificio de fachada plateresca ha pasado por ser albergue de peregrinos camino de Santiago, hospital, convento, cárcel, instituto de enseñanza media, diputación, cuartel de caballería... y campo de concentración. Pero hay otro destino poco conocido, salvo en Asturias, bautizado como ‘cementerio de las vírgenes’, pues es costumbre que los asturianos recién casados vengan a pasar en él su luna de miel.

Bajo las indicaciones de especialistas, se intenta implantar en el nuevo San Marcos una placa con una inscripción en memoria de la represión franquista, que en él tuvo lugar durante los tres años que duró la guerra civil, pasando a ser campo de concentración de una innumerable cuenta de republicanos. Pese a su importancia y dimensión, a todo ello se le ha corrido un tupido velo. Que se sepa, estuvo ahí recluido Joaquín Heredia Guerra, que fue seleccionador nacional de fútbol, cuyo cuerpo yace en fosa común aún no exhumada en la Mata del Moral, próxima a Mansilla de las Mulas. Y, con mejor fortuna, también estuvieron internados en San Marcos, ilustres hombres de letras como Victoriano Crémer, Hipólito Romero Flores y Leopoldo Panero.

Nada más acabar la guerra civil, los vencedores tuvieron a bien ensalzar a quienes habían caído en pro de la causa ‘nacional’. Para ello, raro es el templo que no tuviese una placa donde figurasen los muertos de la localidad, como ‘gloriosos caídos por Dios y por España’. A su vez, para que quedase constancia de la ‘barbarie roja’, también quisieron los vencedores dejar su impronta. Una de las batallas más cruentas de la guerra civil fue la de Belchite, localidad aragonesa donde los nacionales resistieron valientemente hasta sucumbir ante los varios embistes de las tropas republicanas. El pueblo quedó completamente destrozado, pero no se reconstruyó. Se levantó junto a él un pueblo completamente nuevo. Franco quiso que los restos del viejo se conservasen como ejemplo de la ‘barbarie roja’.

Sin embargo, no se dejó ningún vestigio de la ‘barbarie azul’ en campos de concentración donde fueron vilmente recluidos miles de prisioneros republicanos; entre aquellos, el de San Marcos. De las atrocidades cometidas en ellos por los vencedores, ni el más mínimo rastro, como si no hubiesen existido. Muy distinto de lo que ocurrió con Alemania después de la Segunda Guerra Mundial. Los alemanes no destruyeron los ignominiosos campos de concentración donde los nazis confinaron en condiciones infrahumanas a centenares de miles de hombres y mujeres. Ahí están perennes para ser visitados Auschwitz, Dachau, o Mathausen, campo que albergó a más de 6.000 españoles, entre ellos una treintena y pico de leoneses.

Como testigo implantado y silencioso frente a San Marcos, no le vendría mal una placa a un exuberante plátano, con fuente adicional, en estos versos en forma de soneto: «Vetusto gigantón casi divino / por asombrar con trino que no cesa / de emular a un dulce concertino / con coro que te sube del Bernesga. / Naciste a la orilla de un camino / surcado a ganar el jubileo , / albergue de cansados peregrinos / e infelices sacados a ‘paseo’. / Sagrado acaso en tiempos olvidados, / ahora gentil con fuente en los talones / sacias la sed y enjugas los sudores. / Si tu abrigo concitase enamorados / a grabarte en la piel sus corazones / serías, además, nido de amores».
Lo más leído