05/04/2020
 Actualizado a 05/04/2020
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Quienes hemos nacido en plena II Guerra Mundial podemos dar fe de enormes cambios sociales. Hasta tal punto que nuestro reino ya no es de este mundo. Sin entrar en los vertiginosos cambios tecnológicos rayanos en lo milagroso, hemos visto que han desaparecido, como medio de ganarse la vida, entre otros oficios: los limpiabotas, los serenos, los componedores, los titiriteros, los botijeros, los pellejeros y los afiladores. Se dejó de reutilizar la ropa de padres y madres; de jugar en las calles al ‘gua’ y las ‘pelis’ entre los chicos y a la ‘comba’ y al ‘lunes’ entre las chicas. Y a que los fallecidos fuesen transportados al cementerio en carroza de caballos enjaezados en vez de furgones motorizados.

No menor mudanza se ha producido en el campo del galanteo. El piropo viene del latín ‘pyropus’, con el significado de ‘aleación de cobre y oro, de color rojo brillante’, y éste del griego ‘pyropos’, adjetivo ‘semejante al fuego’, ‘de color encendido’. Hacia mediados del siglo XV, el piropo significaba ‘cierta piedra preciosa’. Autores como Calderón y Quevedo usaron el término figuradamente como metáfora de palabra bonita, hasta que con el significado de ‘requiebro’ o ‘cumplido’ pasó a implantarse a mediados del XIX. Muy probablemente a principios del XVII ya se había trasladado su sentido para emplearse con frecuencia en la poesía retórica como símbolo de lo brillante, y luego, a partir de 1843, según Joan Corominas, su uso se especializó como expresión de lisonja y admiración del hombre hacia la mujer y viceversa. Aunque tradicionalmente se entiende el piropo como parte del folclore y de la cultura, pasó seguidamente al arte de valorar el atractivo físico de la figura femenina.

En otro tiempo, el joven que observaba a la muchacha le decía cosas tan lindas como: «¡Flor de cielo! ¡Ladrona mía, tu hermosura me ha robado el corazón! ¡Llévame contigo y seré tu esclavo!» O procurando su sonrisa: «Si Cristóbal Colón te viese, te diría: Santa María, pero que Pinta tiene esta Niña»; o hiperbolizando su figura en: «Con lo que se te ve y lo que se te adivina, vaya tormento para la imaginación». O ante lo evidente como: ¡qué cojonuda estás! o ¡quien pudiera transitar por esas curvas! La dama sonreía o contestaba ruborizada: ¡muchas gracias! Este era uno de los procedimientos que los jóvenes utilizaban para rendir homenaje a las bellas que admiraban, y si ellas correspondían a su admiración con una leve mirada o con un ligero gesto, entonces el joven llegaba a ser el ‘novio’, comenzando el ‘flirt’ su desarrollo tradicional. También existió el procedimiento consistente en entregar disimuladamente una tarjeta de visita a la pretendida dama con la indirecta: «Indique con una leve sonrisa si es usted plan». Y a esperar el gesto de ser o la nada.

En tiempos que ya no están para la lírica, me da a mí que el piropo ha sucumbido paralelo al de ir ‘a dedo’. De la misma manera que es raro ver hoy al autoestopista en las carreteras, el piropo brilla también por su ausencia. Porque para la mayoría de las jóvenes de hoy el piropo resulta tan anacrónico y cursi, que muy probablemente, con la insustancial elocuencia actual, obsequiarían al piropómano con un: «¡Pero serás gilipollas!» Esta desconsideración hacia el frustrado galán, me viene de perillas para reflejar el canto sexual antipiropo de los marines estadounidenses marchando en una base militar por gélidas tierras de Alaska: «Nuestro gozo ha comprobado, / como hay peces en el río, / que las mujeres de Alaska, / si no lo tienen helado / tienen el ...muy frío».
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