10/08/2015
 Actualizado a 17/09/2019
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Pin pirineja / el rabo la coneja / pasó por aquí/ pidiendo sal/ sal menuda...» ¡Cuántas cosas hemos perdido para siempre jamás! «Yo actúo en el vacío» Escribió Paul Celan en París el 23 de octubre de 1959 (Microlitos; pag. 85) Por entonces este cronista también actuaba en el vacío. Tenía 18 años y estudiaba para sacerdote como era costumbre que lo hiciera el empollón de casa pobre en la ruralidad. Pero no había perdido el pelo de la dehesa aún, y, en las vacaciones de verano, además de trillar las mieses en la era, bajo un sol de justicia, de bañarme en el río al atardecer,y de cantar acompañado de la guitarra sentada a la puerta de mi casa al anochecer, también veía a mi hermana pequeña y sus amigas jugando y cantando aquellas cantinelas para decidir a cuál de ellas correspondía la prenda, o la vez. Una de ellas, generalmente la mayor, pedía que extendieran las manos hacia su regazo y comenzaba a pellizcarlas y a canturrear: «Pidiendo sal / sal menuda / pide pa la cuba / cuba de barro / pide pal caballo…».

Tal vez, entonces, en 1958, como Paul Celan, todos actuábamos en el vacío. Pero ahora que ya pasó todo, uno mira hacia atrás y no consigue formarse un juicio de valor acerca de los entretenimientos infantiles de hogaño, absortos cada cual ante sus pantallitas, tecleando sin cesar sobre la superficie líquida y arrepanchigados en el sillón, ajenos a toda posibilidad de contacto digital con otra piel, con otra vida. No añoro los tiempos idos. Lamento la huida de algo bello. «Pide pal caballo / caballo montisco / pide pal obispo / obispo de Roma…».

Y en un abrir y cerrar de ojos nos lanzábamos a la ciudad en aquellos trenes de vía estrecha, o en aquellos autobuses en cuya baca viajaban cestas de mercancías y animales vivos. Y a mitad del verano, en Santibañez de Porma, por aquel camino que nos llevaba a la Casa que había sido de los Arriola y que entonces era del Obispo Almarcha. Allí debíamos permanecer por dos semanas que se nos hacían eternas, lejos de los juegos infantiles y de la trilla.«Obispo de Roma / tapa esa corona / que no te la vea / la gata rabona / de mi tía Simona». Allí, en las mansas y dulces aguas del río de la Bella Polma, frente a Villlimer, el pueblo de la Señora Emilia ‘la nuestra pobre, la que una vez al mes pasaba por Vidanes y dormía encima de la trébede, sin ser conscientes de que actuábamos en el vacío, aunque desconociendo las vicisitudes de un poeta en el campo de concentración por ser judío.

Ahora nadie necesita que dejemos una prenda o que saquemos la vez. Nadie nos convoca a jugar a las prendas. Nadie nos pellizca los dedos. Porque no existimos ya. Pin pirineja.
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