Pies y peregrinos

29/10/2015
 Actualizado a 13/09/2019
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Ahí tienes una postal del Camino. No hacen falta conchas, ni bordones, ni capas, ni calabazas... los pies que caminan, el palo que ayuda, el regatón que clava, las sandalias que dan descanso a cientos de kilómetros acumulados.

Ahí está la postal. Ahí están los pies del peregrino. Ahí está el peregrino camino de Finisterre, del fin de su mundo, que en el ansia de buscar más allá se han pasado incluso de Compostela.

¿De qué peregrino? Del peregrino. Japonés o leonés, devoto o pasota, romero o no, viajero o caminante, perseguido o perseguidor, enfermo o enfermero, hospitalero u hospitalizado...

Pasan todos los días. A cientos. Cualquier otra oleada de gente, de otra gente, sería una noticia constante. Sentarse cerca del Camino en Sahagún o Astorga, en Villadangos o Cebreiro, es ver cómo pasan uno tras otro, un grupo tras otro, una pareja tras otra, un cojo y un atleta, un ciclista y un caballero... Nunca cesa el chorro, responden en idiomas diferentes, sonríen en el idioma universal. Y siguen. Siempre siguen.

Mañana son otros. Otras historias. Otro chorro pero el mismo río, el mismo destino con diferentes motivos.

Los vemos pasar. Los dejamos pasar pues no pasa nada, mañana hay otros. Otros peregrinos y otros pies.
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