Piedrafita y Piornedo: Los valles en silencio

El valle alto del Torío, y algunos otros en la provincia, amaneció el primer día del año sin ninguna chimenea lanzando humo al cielo, nadie había despedido el año allí. En otros una sola familia se aferra a su tierra y su memoria

Fulgencio Fernández
03/01/2022
 Actualizado a 03/01/2022
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Era la primera mañana del año. Espectacular por cierto, con sol, sin una brizna de esa niebla que parece que atacaba unos kilómetros más abajo. Días increíbles de invierno, tanto que unos ganaderos que descargan pacas de hierba para sus vacas me insisten: "No se te olvide decir que andamos a la hierba en diciembre, bueno en enero".

Después de andar por pueblos con una decena de habitantes, hasta 15 ó 20, ¿porqué no viajar a la despoblación más absoluta? en la que desgraciadamente también somos campeones del mundo aunque las estadísticas y los censos maquillen esta realidad, elección tras elección.

Hay en León un precioso Valle del Silencio, pero también muchos valles en silencio. No es difícil elegir uno; hay en Omaña, en la Cepeda, en la Montaña central... ¿porqué no el Torío? El censo le otorga 335 habitantes para 17 pueblos, la realidad bien lo puede dejar en la mitad, siendo generosos.

Subimos a los dos primeros pueblos del Valle, Piedrafita y Piornedo. Los dos se pueden ver desde lo alto del poblado, espectacularmente bellos con este día de sol, pero... "ninguna chimenea dispara humo contra el cielo". Mala señal. Zapico, observador de las cosas, siempre avisaba: "Por aquí la vida comienza levantándose y prendiendo la cocina. Después lo que sea".



La realidad estaba bien escrita en las chimeneas, aunque el domingo cuando llegamos se iban Jesús y Porfiria, que son los más asiduos de Piedrafita. A ella le viene de raza la querencia, es hija de Emilio, que vivió muchos años como último vecino (con Pilar) y sufría por tener que bajar a León, tanto que al regresar en el coche de línea, al llegar a las Hoces de Vegacervera siempre repetía: "Parece que ya respiro". Tenía un curioso argumento que le impedía irse a vivir a la ciudad, decía que "el agua de León me da catarro".
Pasan coches camino del Puerto, a hacer senderismo, a disfrutar del espectacular Valle de las doce cascadas.

En Piornedo tampoco hay ninguna chimenea echando humo, aunque algún coche denota la presencia de caminantes o ganaderos. Para saberlo tocamos la singular campana del pueblo, una rueda de tren a la que se golpea con un tope, también ferroviario. Nadie sale, aunque es conocida la historia de que llevaron las campanas cuando la guerra y se acudió a este arreglo, que cumple su función pues se oye perfectamente en todo el pueblo.

En Campo sí hay humo en las chimeneas. Allí siempre está ahora un octogenario ganadero, Paulino, que es uno de esos personajes hechos de bondad, trabajador, humilde... Ya son muchos inviernos que su familia son los únicos habitantes; el matrimonio,un hijo y el recuerdo de otro que se llevó ‘el bicho’ muy joven, Paulinín, un recordado ciclista aficionado. Paulino tuerce el gesto. "Tan joven", musita; y "tan rápido", concluye.

He escrito "siempre está". No siempre, muchos días coge su pequeña moto y baja a hacer la compra, al médico... al banco no, que no hay. Si hace muy mal tiempo no dejará de andar por allí Tinín Fierro para llevarlo.

Villanueva está últimamente muy poblado. Juanjo y Tere se quedan en invierno, se ha asentado allí Idoia y le están dando nueva vida a la ganadería de Valbuena, luchan por el reconocimiento de la ganadería extensiva, por esa Mina de la Providencia tan olvidada... Y Carla, savia joven.

Allí está la famosa y singular Casa de Cardín, alicatada por fuera y a siete aguas, pero es un caso aparte, para que lo estudie el Colegio de Arquitectos.

El final del valle la salida, repite los cánones con otros dos pueblos vacíos, sin humo en sus chimeneas: Tabanedo y Rodillazo, donde la mayor fuente de vida son los coches y bicicletas de quienes quiere n disfrutar de la impagable Ruta del Valle del Marqués, ésa a la que ‘el señorito’ pone puertas cuando le apetece porque puede. Poderoso caballero (absténgase de llamar su abogado).

Allí lo que viven, como en Piedrafita, son los recuerdos de vecinos como Robles o Pepe, uno en cada pueblo, que resistieron pero se fueron. Ver cómo la maleza come la casa de Pepe es el mejor resumen de los tiempos.

"Es lo que hay", dice Cholo, en el bar de Felmín, la salida natural de este Valle en silencio camino de las Hoces. La verdad es que da gusto hablar con él, repasar cuántos habitantes hay en cada pueblo poblado —"cuatro, cinco... diez son muchos"— perohay que marchar. Se está bien en El Pescador pero, como decía el histórico cantinero cuando quería cerrar: "Esta gente tendrá una casa para la que marchar".
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