22/07/2021
 Actualizado a 22/07/2021
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Si dais una vuelta estos días por los Oteros, os parecerá que la vida va al ralentí. El ciego sol, la sed y la fatiga, por la terrible estepa leonesa, sólo permite que vivan los valientes. A la hora del Ángelus, las calles de los lugares están vacías: no se asoman ni lo perros. Eso sí: por la mañana temprano y al atardecer, las golondrinas, los pardales, las palomas y los jilgueros os parecerán aviones en formación de combate, ángeles caídos que se atormentan buscando a un enemigo o a una presa. Lo inaudito es que un cultivo de la zona, en lo sucesivo ‘el cultivo’, agradece al rey del universo su atribulario calor: las vides, que jalonan los oteros y los caminos, las que crecen en espaldera o a su libre albedrío, están entusiasmadas con el calor. Parece, cuando paseáis entre ellas, que cantan y loan al creador de todas las cosas de tan contentas que están. Por supuesto que es sólo una sensación, porque lo que escucháis es el rumor del viento y el canto de las chicharras. Pero, aun así, es indescriptible por su belleza.

Cuando dentro de un mes y pico se vendimien los racimos y se les someta a una transformación tan mágica como antigua para conseguir lograr el vino que todos deseamos, será igual de maravilloso pasear entre las vides y los sarmientos vacíos. Escucharemos, no obstante, otros sonidos, otros olores; serán los propios del otoño, inigualables en la belleza de las hojas que se tornarán parecidas a las del alerce de Vegapujín, en Omaña, de un amarillo pálido que ningún pintor, en la historia, ha conseguido reproducir en sus cuadros. Aquí, por desgracia, no hay muchos árboles, pero uno no sabe que es más hermoso, esta estampa o la de los hayedos de la lejana montaña.

El caso es que el Prieto Picudo, el resultado final envasado en la botella se ha puesto de moda entre los que, de vez en cuando, toman un vaso, o dos, de este líquido elemento; sobre todo, se está dando mucho bombo y platillo, al tinto. Uno, que es un romántico y un conservador recalcitrante en según qué cosas, no está de acuerdo. El vino de los Oteros, el bueno, el fetén, tiene que ser rosado, o, como decimos en León, clarete. Hay pocas bebidas tan refrescantes, que sean tan alegres como el verano, como un vino clarete, de la raza ancestral de Prieto Picudo.

Cuando los tiempos iban lentos, como los carros de bueyes, los habitantes de mi pueblo y, también, los de la ribera del Esla, al avanzar el otoño, bajaban a los Oteros a hacer acopio de vino para todo el año. No me extraña nada. En mi pueblo había bastantes viñas, es verdad, pero de la variedad ‘híbrida’, un engendro del demonio que destrozaba las cabezas y jodía, poco a poco, el hígado. Algo imbebible, demencial, asesino… Además, según dijo un día de tertulia, Javier García Prieto, el que fue Presidente de la Diputación, todos los males de la provincia provienen de la concentración parcelaria, de la construcción de los pantanos y del vino híbrido. Uno suele decir amén siempre que habla Javier, y, por lo tanto, estoy de acuerdo, de principio a fin, con sus aseveraciones. La concentración parcelaria, por ejemplo, ha costado en la provincia cientos de millones de euros, que han tenido que pagar los agricultores en su mayoría, y, entre otras cosas, destrozó todos los paisajes donde se hizo. En mi pueblo, por ejemplo, las sebes daban un aire gallego a los campos, verdes desde marzo hasta octubre: retenían la humedad y eran el hogar de cientos de especies de pájaros y de otros animales pequeños.Pero se hizo y todo desapareció. Total, ¿para qué? De más de setenta agricultores que cultivaban las tierras en 1985, hoy en día quedan media docena…

Pero hoy toca hablar del vino clarete de los Oteros. Uno cree que aquí no sabemos vendernos. Si este néctar estuviera en posesión de los navarros o de los catalanes, estaríamos hasta los huevos de verlo en todas las barras de los bares de España. Pero es de aquí y su ámbito de consumo se reduce a la provincia, algo en Asturias y un poco en Valladolid. Para habernos matado… El complemento ideal para una merienda con los amigos, en una bodega que llega hasta el infierno de profunda, con un poco de embutido como entrante y un asado de cordero, acompañado de cuatro hojas de lechuga, tiene que ser un cántaro de clarete, sin lugar a dudas. Un café y una o dos copitas de aguardiente y se recogen los manteles con la seguridad de haber estado cerca de la gloria y de haber afianzado la camaradería con tus acompañantes hasta el día de la muerte. Al subir y ver las estrellas danzando en el cielo como derviches giróvanos, no son alucinaciones producidas por el alcohol; son debidas, ¡cómo no!, a que tu imaginación se abrió dejando entrar en tu cerebro percepciones que, de otra forma, nunca serías capaz de percibir. Consumid vino de Prieto Picudo; pero que sea clarete. Para beber tinto tenéis el del Bierzo, el mejor vino joven de España y parte de extranjero…

Salud y anarquía.
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