12/09/2019
 Actualizado a 19/09/2019
Guardar
El primer libro de cocina que compré en mi vida se titulaba ‘La cocina práctica’. Lo escribió, allá por el año de 1905, Manuel María Puga y Parga, más conocido en el mundo gastronómico por el alias de ‘Picadillo’. Yo, hasta entonces, no había pasado de atreverme a cocinar unos huevos fritos; por lo que este libro fue como una revelación. Hablo de hace más de cuarenta años. Con el tiempo, y cada vez que lo releía, me daba cuenta de que era bastante más que un libro de cocina. El citado ‘Picadillo’, en la vida civil, llegó a ser alcalde de La Coruña y, lo que es más extraño, fue, antes y después de ejercer de primer edil, querido y respetado por todos los coruñeses. Cuándo murió, a la temprana edad de 44 años, acudió al entierro toda la ciudad. Don Manuel era un hombre desmesurado, extraordinariamente gordo y, por lo leído, amante de las cosas divertidas que tiene la vida y que, esencialmente, se reducen a la ecuación: comer, beber, dormir y..., una buena conversación con los amigos, porque lo de fornicar, que es lo que tocaba, a cada año que pasa y pesa resulta muy cansado y bastante aburrido. ‘La cocina práctica’ fue prologada por doña Emilia Pardo Bazán y uno de sus mejores amigos fue Wencelao Fernández Flórez. Al enterarme de esto, ‘Picadillo’ subió como la espuma en mi admiración, ya que por entonces uno no hacía más que leer todo lo que había escrito don Wenceslao, siendo todavía, a día de hoy, uno de mis escritores favoritos. No podía haber más diferencia entre uno y otro. Don Manuel llegó a pesar 275 kilos y el autor del ‘Bosque animado’ no llegaría a los setenta ni loco. ‘Picadillo’, dueño de un sentido del humor muy gallego, nos da una muestra en una receta de bacalao con tomate: «Se coge una hoja de bacalao muy delgada, tanto como Wenceslao Fernández Flórez, y se toman unos tomates muy gordos; tan gordos como yo. Se desala a Flórez y se me parte en pedazos a mí, y en una tartera, capa de pedazos de Flórez desalados y capa de yo. Fuego lento; refrito por encima de aceite; mucha cebolla y ajos cuándo Flórez está cocido. Diez minutos más de fuego y se echa por encima un picadillo de perejil muy fino con alguna sal si se necesitase. Y así es la vida. Yo estaré dividido por el eje, pero usted, amigo mío, se queda sin sal, que es bastante peor».

‘Picadillo’ intentó recuperar la cocina del pueblo de Galicia, huyendo de todas las recetas que imperaban en aquellos tiempos y que eran, por supuesto, francesas. Fue un precursor, un adelantado a lo que estamos viviendo ahora, dónde se intenta recuperar, en todos los medios de comunicación, la cocina de la abuela, con un toque, eso sí, de modernidad. El asunto es que comer es un arte si me apuráis mucho más importante que la pintura o la escultura. Comer, además es necesario y hacerlo bien nos garantizará una vejez sana y honorable. Cervantes, que era un genio, nos dejó en su Quijote una frase imperecedera cuándo le dice a Sancho: «Come poco y cena más poco, porque la salud del cuerpo se fragua en la oficina del estómago». Decir esto hoy en día, cuando la población está engordando no de gula, sino de aburrimiento, donde los niños se pasan horas y horas sentados delate del ordenador o del teléfono sin hacer ejercicio alguno y metiéndose entre pecho y espalda una cantidad exagerada de alimentos elaborados, no pasa de ser una declaración de intenciones. Necesaria pero vacua.

El gran peligro que corre nuestra sociedad es la vagancia. Preferimos comprar el supermercado una tortilla de patata, ya elaborada que hacerla nosotros; en la mayoría de los restaurantes, las patatas fritas son congeladas, no las tradicionales peladas, picadas y fritas que nos hacían las madres y las abuelas. Los purés vienen deshidratados en escamas, etc, etc. Comer mal es mucho más barato que comer bien, pero es que no pensamos que esto último también podemos hacerlo por cuatro perras. ‘Picadillo’ me descubrió que cocinar es relajante y muy instructivo, porque hacer de comer para varias personas te hace reflexionar sobre sus gustos y sus fobias y te agiliza la mente haciéndote buscar nuevas recetas para no repetirte. ‘Picadillo’ no vivió en la época de las pastillas de carne concentradas, de las sopas que vienen en sobre, de los sushis y de las pizzas que sólo tienes que recalentar. Si lo hubiera hecho, abominaría de todas estas herejías culinarias para abogar por algo tan sencillo como es hacerlas tú en el momento en que las vayas a comer. Tu estómago, tu cartera y tu mente te lo agradecerán eternamente. Hemos llegado a un punto tal de la evolución que se trata de morir con buena salud. Quién no lo tenga claro, será un lastre, una anémona que nos invadirá el tejido social. Y habrá que extirparle. Yo, sin duda, estaré de acuerdo.

Salud y anarquía.
Lo más leído