14/03/2020
 Actualizado a 14/03/2020
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Lo nuestro nunca pudo ser. No había probabilidad de encuentro alguno. Mis recelos y su esquiva manía de esconderme sus secretos provocaban mi desaceleración y desesperación elevadas a la máxima potencia. Miraba aquella galería de dígitos inconexos que profesores de manos convexas expandían hasta el infinito sobre una pizarra que a mí se me figuraba en constante crecimiento exponencial. Ecuaciones de todos los grados posibles, hipérbolas, logaritmos decimales y neperianos. Cada hora de aquella asignatura irrumpía en mi vida como una suerte de indescifrable polinomio, una catástrofe malthusiana que superpoblaba mi cabeza de problemas cuya resolución me importaba más bien poco.

Menos mal que llegó el COU y aplicando una simple teoría de selección despejé toda incógnita con respecto a mi futuro académico: mon amour pour les lettres.

Y comenzó una época feliz alejada de cualquier incertidumbre y riesgo que entre números hubiera sido horrible. Pero con el paso del tiempo y la pausa serena de los años que remansan el intelecto y despiertan curiosidades dormidas, volví a escuchar los cantos de sirena que Pitágoras me lanzaba desde sus esferas universales o la belleza descrita por el astrónomo y matemático Johanes Kepler en las entrañas del sistema solar. Descubrí asimismo las fascinantes investigaciones sobre los agujeros negros de Stephen Hawking o las recientes investigaciones que el leonés Sergio Boixo, científico jefe del grupo de teoría de computación cuántica de Google, ha conseguido realizar logrando un ordenador cuántico capaz de realizar en 200 Segundos una operación que requiere 10.000 años en un superordenador tradicional. Sus logros permitirán un significativo ahorro de energía así como avances en la medicina al permitir fármacos más eficientes obtenidos de una forma más rápida. Se anuncia que sus investigaciones propiciarán en unos 10 años una nueva revolución industrial. Curioso curriculum el de este leonés que cuenta en su haber con tres carreras: Ingeniería Informática en la Complutense de Madrid así como Matemáticas y Filosofía por la UNED. Pero la reconciliación definitiva con mis temidas matemáticas ha venido de la mano de Wislawa Szymborska Premio Nobel de Literatura en 1996. Escribió un poema que termina así: "Se extinguirán cielo y tierra, pero el número Pi no, jamás, seguirá su camino con su nada despreciable cinco con su en absoluto vulgar ocho con su ni por asomo postrero siete, empujando, ¡ay!, empujando a durar a la perezosa eternidad".

Pi amor. Feliz día matemático.
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