03/01/2021
 Actualizado a 03/01/2021
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Los últimos índices farmacéuticos indican que ha subido el consumo de ansiolíticos y antidrepresivos. Sin duda, a ello está colaborando este coronavirus. Pero el incremento es algo que ya se venía arrastrando dese hace décadas, y tiene que tener su explicación conforme a los cambios sociales y tecnológicos y, por ende, su repercusión anímica. Aunque sea una dialéctica de todos los tiempos, nuestra época actual se distingue, desde el punto de vista psicológico, por un mayor contraste entre luces y sombras, dicha y pesadumbre, pétalos y espinas.

Coincidiendo con Enrique Rojas (‘La ansiedad’), por una parte están los grandes avances de la ciencia moderna. La acelerada ‘tecnificación’ que nos ha permitido conquistar metas hasta ahora insospechadas. La ‘revolución informática’, que es capaz de simplificar los sistemas de ordenación y procesamiento. La ‘revolución de las comunicaciones’: ya no hay distancias en el mundo y en un santiamén nos plantamos en el otro extremo de la Tierra. Los altos niveles de ‘confort y bienestar’ han cambiado la vida del ser humano, si la comparamos con el principio de este siglo o si nos remontamos a la última etapa del siglo XX. A lo que hay que añadir, en este balance positivo, el mayor tiempo para el ‘ocio y la riqueza cultural’. Además, la ‘conciencia ecológica’ que demuestra una nueva sensibilidad por la naturaleza. Por último, la superación del machismo tradicional avanzando hacia un ‘feminismo’ bien entendido, que respeta y valora la condición femenina.

Del lado opuesto, ensombrecedoras realidades. Los ‘ismo-infaustos’ más importantes son los siguientes. De un lado, el ‘materialismo’, entendido por contar lo que es tangible, que se toca y se ve como un destino de la sociedad de la abundancia. Sólo cuenta el dinero, la posesión y el disfrute de unos bienes materiales que, por muy abundantes que sean, siempre dejan insatisfecho el corazón humano; el ‘tener’ por el ‘ser’. Junto al materialismo, se alinea el ‘hedonismo’, que pone como estandarte el placer y el bienestar. La ‘permisividad’ hace que no haya cotas ni lugares prohibidos; hay que atreverse a todo, hay que probarlo todo. Es importante también el ‘relativismo’ que ha ido llevando a un marcado subjetivismo, haciendo de lo relativo un absoluto. A esto hay que añadir el ‘consumismo’, que es una nueva fórmula de liberación. Estamos destinados a consumir: objetos, cosas superfluas, información, revistas, viajes, relaciones... Hay a nuestro alrededor un exceso de reclamos, tirones, estímulos, y decimos sí a casi todos ellos. La juventud de antaño jugaba en la calle, en grupo y con gran variedad de juegos echándole imaginación. Al margen del juego callejero y en comunidad, los niños de ahora vegetan más a solas, absortos e inmóviles a la vista de lo que se mueve en pequeñas maquinitas. De aquí ha de surgir por fuerza un nuevo hombre; alienado, embotado, ahíto de bienes, pero vacío interiormente, siguiendo la ruta de la ansiedad, que terminará en melancolía, indiferencia o soledad.

El hombre tecnificado se desdibuja llegando a posponer el valor del ser humano como tal. Nunca a lo largo de la historia nos habíamos preocupado tanto del hombre como ahora y, a la vez, nunca había estado éste tan olvidado, tan cosificado, tan reducido a objeto. Entramos así en una cierta ‘masificación’. Como si fuese un virus, todos estamos contagiados por los mismos tópicos, lugares comunes y la misma pobreza en el lenguaje. El hombre está cada vez más deshumanizado, más alejado de sí mismo. Así lo pienso y así lo digo.
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