30/07/2017
 Actualizado a 18/09/2019
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Constantemente me reprochan algunas personas, unas cariñosamente y otras con el colmillo torcido, el pesimismo con el que contemplo la realidad presente y futura de León y que traslucen muchos de los artículos que escribo en este periódico, que es una de las pocas noticias buenas que se han producido en la provincia leonesa en los últimos cinco años. Mientras que en España cerraban periódicos, éste ha sido prácticamente el único que se ha creado en ese tiempo y, además, en un territorio en el que lo normal es que se cierren empresas, no que se abran.

Algunas veces, cuando los reproches por mi pesimismo me llegaban a mi residencia habitual fuera de León, he llegado a pensar que tal vez mi mirada estuviera velada por la desinformación, por el desenfoque de la lejanía, que lo distorsiona todo, o por el contraste con otras realidades mucho más optimistas y amables que las de estas provincias de la meseta interior que son las grandes perjudicadas de un desarrollo económico que favorece a la periferia y por una política que las margina dado su escaso peso demográfico y, por tanto, electoral. Pero es volver a León (y quien dice a León dice a Soria, a Zamora, a Cuenca, a Teruel, a Ávila…) y comprobar de primera mano y sin distorsiones el deterioro y la decadencia de una provincia que fue pujante no hace mucho (de la mitad de la tabla en términos económicos y en renta per cápita, así como en población activa y total, hasta hace unas pocas décadas, siendo ahora de las últimas) y reafirmarme en mi pesimismo pese a que les moleste a quienes me lo reprochan. A veces con alguno discuto brevemente haciéndole notar que la realidad habla por sí sola y que qué más quisiera yo que hacer alabanzas de la deriva económica y política de León, porque ello significaría que a mis paisanos les van las cosas bien, pero en general me escudo en el silencio, incluso admito que soy un pesimista nato, para no tener que gastar esfuerzos. Ya decía Ortega y Gasset, al que todos citamos pero muy pocos han leído de verdad, que el esfuerzo inútil conduce a la melancolía.

Aunque, puestos a citar, quizá vendría aquí más a cuento el escritor que posiblemente mejor conoció y cantó a esa España interior, vacía, seca de hombres y de carácter y en decadencia desde hace siglos (desde que perdió las riquezas de las colonias y la industrialización la dejó apartada) que fue el vallisoletano Miguel Delibes. Harto de que lo tacharan de pesimista, acusación que no iba descabalgada pero por motivos diferentes a los que la mayoría de sus críticos pensaban, el autor de ‘El camino’ y ‘Las ratas’, entre otras grandes obras de la literatura española del siglo XX, le contestó a un periodista que se lo volvió a decir: «Mire usted, yo no soy pesimista. Simplemente he estudiado con detalle los 5.000 últimos años de la humanidad».
Pues eso.
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